viernes, 21 de diciembre de 2018

Nacidas para arder


El traqueteo de las ruedas despierta los timbres de las casas.
La piedra fría se contrae,
los tejados languidecen,
y las ventanas tiemblan.

Es detrás de los cristales
donde los ojos tristes se humedecen
temerosos
al ver la belleza
de los firuletes dorados que lo decoran.
La iluminación tenue de las farolas cae sobre él
haciendo que destaque entre la masa
helada
deforme
transformante
 negra
 de la madrugada que lo envuelve.

El viento hurla a través de su cuerpo mecánico y de repente,
un grito
resonando en ondas expansivas a su alrededor.

Un coche fúnebre,
vacío,
se mueve solo entre la neblina de miedo,
entre la multitud de rostros de la oscuridad.

RECORDAD…
susurros que se escapan por las bisagras de sus puertas
RECORDAD…
y el tintinear de las chispas de fuego
recorría las mentes de los vecinos
que seguían buscando entre ahogos
la tumba inexistente
y el conductor invisible.
RECORDAD
y el olor a piel quemada estrangulaba a los presentes.
RECORDAD
Y los últimos suspiros volvían desde el pasado,
desde el futuro de las siguientes
y desde el presente espejo del reino de Hades
sobrevolando por delante de las gargantas.

RECORDAD
RECORDAD
RECORDAD

Tenéis mil ojos pegados a la espalda,
no dejéis
que sean
mil uno.

Un coche fúnebre
vacío
se mueve entre la neblina de miedo
solo, pero acompañado.

Se incendia,
la madera cruje,
las llamas gritan,
el calor surge del falso infierno,
de las no brujas
que quieren se recordadas.