Pequeña introducción personal
Finales de Junio de 2017, había estado esperando mucho tiempo para que por
fin llegase ese día. Aún no había finalizado el curso escolar del
todo pero empezaban las clases de escritura nada más y nada menos que en
el Ateneu Barcelonés. Verás, anteriormente ya había
intentado ingresar a alguno de los cursos de letras que ofrecían pero
sin éxito. Que si era muy pequeña, que si no tenía la edad permitida aún, etc.
Las clases para escribir tampoco es que abunden y estas parecían las
mejores así que esperamos a que tuviera los quince y
pudiera asistir a alguno de sus cursos. Y ahora tenía la edad
mínima para entrar. Entonces me apunté a unas clases de escritura
“para jóvenes narradores”. Era una pequeña prueba para ver si me resultaba
útil y divertido y así me podría apuntar al curso anual.
- Tengo miedo- les decía a mis padres cada vez que la fecha se acercaba
más. Sí que tenía muchas ganas de aprender a escribir pero a la vez temía
que fueran demasiado exigentes, o que la gente fuera demasiado crítica, o que
todos fueran adultos, habían muchos temores. Igualmente fui y justo en la
entrada de ese inmenso edificio antiguo me encontré con otra chica igual de
perdida que yo. Resulta que teníamos la misma edad y que también iba al
curso, eso me tranquilizó un poco. Juntas conseguimos llegar al piso correcto y
en la puerta del aula, aún cerrada, encontramos a otras personas igual de
asustadas que nosotras. Todas suspiramos aliviadas, éramos más o menos de la
misma edad y todas teníamos los mismos miedos. Eso nos alegraba. Allí
nos presentamos tímidamente. Fue el inicio de lo que sería un gran grupo
de amigos. Conocimos a Olga, la profesora que nos enseñó la manera más
esquemática de escribir pero a la vez nos dejaba libres, cada uno con su propia
historia. Nos corregía cada capítulo y luego lo comentábamos todos
juntos en clase, haciendo bromas y aprendiendo a la vez. Nos apoyábamos
todos y nos ayudábamos mutuamente, era como si nos conociésemos desde hacía
mucho tiempo. Gracias a Olga conocí elementos que hasta ese
momento eran invisibles para mí en el arte de escribir y ahora me
puedo dar cuenta los errores que cometo. También he aprendido a saber
orientarme mejor en la historia, a no desviarme del camino principal, a
saber cuál es el propósito de lo que escribo… Esto y mil
cosas más que no nombraré porque se te haría eterno. Olga me ayudó
muchísimo y me animó aún más a seguir escribiendo.
En cuanto a mis compañeros conectamos
rapidísimo y no tardamos en llevarnos bien. Aún con el curso acabado nos
seguimos viendo y nos decimos que nos seguiremos viendo durante el año. Así que
gracias a Olga por todo lo que nos has ayudado y gracias a Laura, Alicia,
Gabriel, Victoria, María, Lucas, Carme, Natalia, Rosa, Lola
y Habiba por ser como sois.
Esta historia que estás a punto de leer es la que he desarrollado en estas
clases. Como no han sido muchos días (Y todos nos hemos quedado con ganas de
más) no nos ha dado tiempo de acabarla en clase, así que hay
partes que yo me las he inventado posteriormente al curso.
¡No me enrollo más!
¡Empecemos!
1
Era el gran día y no podía
llegar tarde. Después de años y años buscando un sitio donde poder expresar su
música libremente, lo había encontrado y no lo dejaría escapar. Así que se
desenredó de las sábanas, se vistió con lo más nuevo que tenía, cogió su
primera y única guitarra, corrió hacia la entrada y con la
cabeza saludó brevemente a su madre que aún estaba desayunando.
Tenía la sensación de que volaba
por encima del asfalto de lo emocionado que estaba por llegar. Él siempre
había sido el genio musical de la familia, tocaba tres instrumentos y sabía
expresarse en lenguaje musical sin problemas. Y el teatro
escondido en las Ramblas que habían encontrado era viejo pero la
acústica era impresionante, así que su banda y él ya se lo habían
apropiado.
“Es demasiado
pronto”, pensó al ver la hora en su reloj de pulsera, y decidió entrar en un
bar cercano, de aspecto antiguo pero bonito con sus muebles de madera
y su tenue luz.
No había mucha gente y pudo
tomarse su café con tranquilidad sentado en un taburete de la
barra. Mientras saboreaba el café, no de muy buena calidad por
cierto, se fijó en algo. Un sonido, una melodía, una voz. Él tenía
un oído sensible. Pero esa, esa era la elegida. Le empezó a temblar la
taza en la mano y le lloraron los ojos. No pudo ni reaccionar, no
pudo ni preguntarle al antipático barista si la conocía. No pudo
ni apuntar su nombre.
Y se fue tan rápido como
llegó. Había desaprovechado la oportunidad de conocerla. Frustrado dejó
caer la taza sobre el platito ruidosamente.
- Me voy- dijo, aunque no
sabía ni a quién. Y pagó lanzando las
monedas sobre la barra.
Cogió su guitarra y
aún enfadado consigo mismo y medio pálido salió del bar. Al final se le había hecho tarde,
pero ya no importaba.
Ahora, su objetivo era
encontrarla a ella.
2
Cogió una hoja de papel y la
puso sobre el escritorio. Estuvo mirando el blanco, hipnotizado. Estaba
dispuesto a escribir todo lo que sabía de ella pero es que no sabía nada. Dio
un golpe con el puño, frustrado. El escritorio tembló e hizo que el
bolígrafo cayera.
- ¡Orfeo!
¿¡Pero qué has hecho?!- el pánico se reflejaba en la mirada de su
madre. Orfeo volvió a mirar la pared con las manos llenas de plastidecors,
toda pintarrajeada y no entendía el problema. Claramente representaba un
elefante en la sabana junto a una jirafa y el estaba totalmente orgulloso
de su obra.
- ¿Qué sucede?- llegó su
padre, aún con el delantal y los guantes puestos.
- Tu hijo ha decidido
representar el surrealismo en nuestra pared- dijo ella y él no hizo más que
reír.
- Espera que voy a buscar la
cámara-. Su madre chasqueó la lengua en desaprobación pero tampoco hizo
nada para impedirlo.
¡Click!
- ¡Tu primera foto hijo mío!-.
Un lápiz bailaba sobre
el papel garabateándolo con bonitas flores
¿Qué estaba haciendo? Los recuerdos lo transformaban. Lo dejó a un
lado y se concentró. Podía escribir lo que se acordaba que ella había
dicho en el bar. Sí, esa era una buena idea.
Dicen que la gente viene, la
gente va. Pero este diamante es extra especial.
Escribió. Era tan
romántica…
No tenía ni idea ni a quien le
estaba diciendo eso pero no era importante. Siguió tatuando el papel y con
cada palabra que escribía sus vellos se le erizaban más.
Cuatro
líneas tenía escritas. No era todo, pero era algo. Orfeo leyó lo
que había escrito. Era todo tan profundo… pero se entendía. “Por esa metáfora que
usó refiriéndose a la luz es obvio que hablaba sobre la felicidad que siente al
estar con esa persona” pensó, y no dudó en apuntarlo en una esquina de la
hoja. Sabía que no se iba a dedicar a ello, pero ahora agradecía haber
hecho el bachillerato de lenguas.
I
have run I have crawled, I have scaled these city walls…
Adela, la batería del grupo y la
única mujer, estaba llamando. Bueno,
no era la primera vez que le llamaba. Durante ese día había recibido unas
veinte llamadas de cada uno de los integrantes de la banda.
Orfeo puso los ojos en blanco y
resopló. Sabía que estaban todos preocupados porque no había
asistido al ensayo, pero no le importaba. Volvió a centrarse en
la hoja…
These
city walls, only to be with you…
Aunque tampoco había mucho más
por hacer con eso…
But I still haven't
found, what I'm looking for…
Tendría que pasar al siguiente
paso.
But I still haven't
found, what I'm looking for….
Pero… ¿Cuál era?
- ¿¡Qué?!-
Contestó enfurruñado. Tampoco quería sonar tan antipático…
- ¿¡Cómo que qué?!- Adela
parecía enfadada y eso no era buena señal- ¡¿Nos dejas plantado en el primer
ensayo y encima te sorprendes de que te llame?!-. Orfeo miró al suelo,
pensando en cómo podría salir de esa.
- ¡CONTESTAME!- chilló desde el otro
lado de la línea. Casi se le sale el corazón del pecho, ¿Cómo podía gritar
tanto esa mujer?
- Mira Adela, tengo cosas más
importantes que hacer…- inmediatamente se arrepintió de su respuesta. No se lo
tomaría bien… no se lo tomaría nada bien. Pasaron unos segundos donde solo
se podía escuchar la respiración de la chica.
- Estoy flipando- dijo rompiendo
el silencio- ¡ORFEO COMO NO VENGAS MAÑANA TE JURO QUE TE EXPULSO DE LA BANDA!-
gritó para finalizar.
Bipbip Bipbip
Había colgado.
3
- ¿Qué tal el trabajo, cariño?-
su madre preguntó. Los tres ya estaban sentados en la mesa y Orfeo en su
trona, sintiéndose un rey.
- Bastante bien- contestó su
marido masticando un trozo de pan- he entregado el reportaje y
parece que les ha gustado-. La madre dejó ver su blanca
dentadura:
- ¡Me alegra mucho oír eso!-.
- ¡Me alegra mucho oír eso!-.
- A mi también- se rió él- No
sabes lo que me costó escribirlo. Me lo merezco-.
- Sí, ya recuerdo- contestó ella
levantándose para alcanzar una servilleta- ¿Pero qué te pasó-.
- Me faltaba información, no
podía contestar a todas las seis uves dobles y fue muy frustrante…-
pero su frase fue interrumpida por un estruendo que hizo que los dos
saltaran de la silla. Había un charco de puré en el suelo.
- Veo que te ha gustado la cena
hijo- dijo mamá.
Las seis uves dobles del
periodismo.
What?
How?
When?
Who?
Where?
Why?
Orfeo saltó de la cama como si
de un resorte se tratase. Encendió la pequeña lámpara de la mesa de noche y
cogió el papel. Decidió siempre tenerlo cerca por si se le iluminaba
la bombilla de repente como era el caso.
Cogió el lápiz
y escribió las preguntas. Estaba tan emocionado que la mano
iba sola. En unos pocos segundos ya las estaba respondiendo.
¿Qué?
Me enamoré
¿Cómo?
Llegando temprano al ensayo de
grupo
Al releerlas se dio cuenta que
visto desde afuera era un poco ridículo pero no le importaba.
¿Cuándo?
Ayer día 3 de julio de 2017
¿Quién?
Ella
Deseaba poder escribir su nombre
y no un simple artículo, pero aún no tenía el privilegio de poseer semejante
información.
¿Dónde?
En un bar de nombre
irrecordable.
¿Por qué?
La mano dejó de escribir
abruptamente. Estaba convencido de que las podría responder a
todas pero esta se le escapaba. ¿Por qué? ¿Por qué
se enamoró? ¿Qué tenía ella para qué se enamorase? ¿Qué le
atrajo tanto? Miles de preguntas se paseaban por la cabeza del
chico que ahora le estaba entrando calor de tanto estrés. Llegó a la
conclusión de que lo mejor para él era intentar dormir antes de que se
colapsara.
4
Orfeo llegó finalmente a su
destino posteriormente de haber dado miles de vueltas para
encontrarlo. Pero por fin allí estaba, como un niño
que no quiere ir a casa de sus abuelos, empujando la grandiosa puerta de la
entrada principal de ese sitio sin ni siquiera nombre. Se suponía que él no
tenía que acceder por esa entrada sino por la de los artistas, pero
es que la puerta para el público era tan hermosa…
Tenía forma de arco y estaba
hecha de vidrio totalmente transparente, recubierta por un borde dorado del
cual surgían unos barrotes dorados. “Se nota que está en desuso este edificio”
pensó directamente al pasar la mano por un barrote despintado. La puerta
complementaba las escalinatas de mármol y las ventanas enrejadas doradas
también.
No tenía ni idea de cómo era ese
lugar interiormente y no entendía cómo, con lo emocionado que estaba por
conocerlo un día atrás, había dejado pasar tanto tiempo.
El olor a polvo era intenso en
el vestíbulo y cada vez se levantaba más al caminar por la dejada pero mullida
alfombra roja que parecía que le estuviera obligando a ir hacia la sala de
actos. Orfeo tosía y tosía mientras observaba los agujeros en ella, ahora
entendía porque les había salido tan barato obtener un lugar como ese…
Los arcos en el techo le daban
un estilo gótico al ambiente, igual que la escasa iluminación que entraba por
las ventanas y la puerta. Casi ni se había dado cuenta de la estilizada
escalinata que se dirigía hacia el piso de arriba. Una temible estatua de un
pequeño dragón, colocada al principio de esa escalera, vigilaba a los
visitantes.
¡Sí qué era increíble la
acústica de ese sitio! Incluso se escuchaba bien desde esa recepción
toda hecha de piedra gastada. En ese momento Orfeo podía disfrutar
auditivamente de unos golpes de práctica de Adela, de los ejercicios
de preparación de Norberto y de la afinación del bajo de Héctor. Solo faltaba
su guitarra y sus ganas inexistentes de ver la cara de sus compañeros. Pero
estaba obligado a hacerlo, así que después de respirar hondo empujó una puerta
exactamente igual que la primera aunque un poco más pequeña y entró a la sala
de actos con los ojos cerrados porque no sabía que se esperaba, solo
escuchó a sus amigos dejar de tocar abruptamente por su llegada. Si en la
recepción olía a polvo, el olor era aún más fuerte. Poco a poco fue abriendo
los ojos y las figuras borrosas empezaron primero a tomar color, luego
forma.
Y de pronto vio todo.
El verde oliva y el dorado
predominaban en ese gran salón en forma de anfiteatro. Las barandillas del
primer piso eran exactamente igual que los barrotes de las dos puertas y los
sillones de terciopelo rojo estaban totalmente cubiertos de polvo, igual que
las enormes cortinas del mismo color que caían como cascadas sobre el escenario
de madera oscura. El borde lo cubría otra sutil barra dorada y sobre él
reposaba los nuevísimos instrumentos de su banda de rock Lynxs, que
contrastaban con el antiguo teatro. No pegaban ni con cola en ese sitio tan
lujoso, un grupo de cuatro jóvenes descuidados y modernos era la última cosa
que alguien se podría imaginar en ese sitio.
Orfeo estaba fascinado por
la belleza que le rodeaba en ese teatro. Tenía ganas de acariciar las paredes
también verde oliva, pero temía que saltara la pintura más de lo que estaba.
Bajó las escaleras de madera vieja y chirriante que se situaban entre
los asientos mirando para arriba
boquiabierto. El techo también era gótico, como el de la recepción
Casi se tropieza con un clavo
que sobresalía del último escalón y eso le sacó de su estado de
embobamiento.
- Ya era hora- oyó decir a
Norberto desde arriba del escenario. Los tres amigos dejaron sus
instrumentos atrás y se habían puesto uno al lado del otro de brazos
cruzados y sacudiendo la cabeza con el ceño fruncido.
A Orfeo se le revolvió el
estómago, eso no pintaba muy bien…
5
- ¿¡Se puede
saber qué te pasa?!- la voz agudísima de Adela le perforaban los
oídos. Los gritos de la chica resonaban en ese lugar de perfecta acústica y los
golpes de sus botas contra la vieja madera lo hacían aún más insoportable.
Vivirlo en persona era mucho peor que cuando le gritó por
teléfono.
- ¡¿Lo tenías todo planeado o
qué?!- exclamó irascible. Orfeo no comprendía nada y estaba incómodo en
esa situación. Le molestaba muchísimo que le gritaran aunque no quería obligar
a Adela a bajar la voz porque tenía miedo de que ella explotara de rabia. Era
como si estuviera insultando a ese teatro tan mágico con sus gritos.
Con temor a que la
batería le soltara algo más grave, Orfeo dijo sus primeras
palabras temblorosas en ese lugar para ver
si se aclaraba las ideas:
- ¿Cómo que planeado?-. Y tal
como él pensaba la joven se enfadó aún más con esa pregunta.
Orfeo notó como a la chica los dedos se le cerraban en puños y
apareció una pizca de miedo en su interior. Es verdad que Adela era de carácter
agresivo y tendía a hablar sin pensar pero nunca había golpeado a nadie y no
quería ser la primera víctima.
- ¡Tú quisiste formar este
grupo! ¡Fuiste tú quien nos reunió y tú organizabas todo! Y justo
cuando Lynxs consigue lo que quería, desapareces sin más…- susurró
finalizando. Sus puños se deshicieron y Orfeo sintió alivio y tranquilidad en esos
segundos de silencio.
¿Qué era eso que veía? ¿Sus
grandes ojos negros estaban brillando? Eso no era común en Adela, siempre
ocultaba su parte sensible. Con la boca abierta de par en par, el joven miraba
a su amiga disimular con la palma de la mano, las lágrimas que caían por sus
mejillas.
- ¡¿Queréis ayudarme par de
inútiles?!- volvió a chillar, pero esta vez dirigiéndose a los otros
dos integrantes de la banda que se habían pasado toda la discusión mirando al
suelo y pensando en sus cosas. Les dio una colleja a los dos pero
inmediatamente volvió a secarse el rostro.
Ver a Adela de ese modo le causó
pena a Orfeo. Se sentía un poco mal al ser el causante de los únicos
llantos que esa chica le mostraría jamás.
“¿Debería explicárselo?” se
preguntaba.
- Adela… ¿No crees que te estás
pasando un poco?- preguntó Héctor con un hilo de voz. Orfeo se llevó la mano a
la cabeza. Héctor no conocía lo suficiente
a Adela y no tenía ni idea de las consecuencias que podía conllevar esa
pregunta- Quiero decir… solamente ha faltado al primer ensayo, no es para
tanto-. Inmediatamente miró al suelo, un poco avergonzado de sus
palabras. La chica lo miró sin expresión alguna en su rostro y volvió a
cerrar sus puños.
-
¡¿Pero tú quién crees que eres?!- vociferó- ¡No hacéis nunca
nada y encima me contradecís!-. Arrastró el taburete del piano de Norberto
hasta tenerlo a su alcance y se sentó. Sacó del bolsillo trasero de sus shorts
negros un paquete de cigarrillos y extrajo uno. Aún con las pecas de
su rostro húmedas se lo puso en los labios. Eso puso a Orfeo en alerta.
- Adela, no deberías fumar
aquí- le dijo firmemente ya sin importarle que le gritara. Creyó que
se empezaba a acostumbrar.
- Ya lo sé, pero es que me
estresáis todos mucho y yo no puedo más- pudo decir entre sollozos que ya ni
intentaba ocultar. Después sacó el encendedor
mientras balbuceaba cosas incomprensibles. “Vaya, esto se está
empezando a parecer a una telenovela” pensó Orfeo. Le empezaba a doler la
cabeza de tanto escándalo y solo deseaba salir de allí por muy mal que se
sintiera al haber herido los sentimientos de la chica.
Los árboles pasaban veloces a su
lado y se creía el correcaminos yendo a tal velocidad. Solamente podía
distinguir a su madre que iba unos metros más por delante, pedaleando como si
no hubiera un mañana.
- ¡Papá! ¡Cuando yo sea mayor
voy a ir en la silla de delante y te voy a llevar a ti!-
gritó, y su padre se rió, junto con su madre que también lo había
oído.
- ¡Cuidado! ¡Vienen baches!-
dijo su madre.
- ¡Vamos a gritar entonces!-
contestó su padre. Los gritos de la familia se entrecortaban con cada salto.
- ¡Qué divertido!- dijo
Orfeo feliz- ¡Es una montaña rusa!-.
El dolor de
cabeza disminuyó un poco.
- Estamos esperando una
explicación- soltó Norberto seriamente. Al ver que Adela no iba
a decir nada más había decidido ser él el que tomaría las riendas de
la discusión.
Orfeo cerró los ojos.
Inspiró y expiró.
Tendría que intentarlo, era su
única solución.
- Me he enamorado- Medio susurró
aún sin ver nada, y después abrió los ojos poco a poco esperando respuesta. Los
aplausos y las risas de Héctor resonaban en su cerebro.
- ¡Enhorabuena! ¿Y quién es la
afortunada?- Otra colleja llovió del cielo de parte de Adela que se había
levantado de nuevo, un poco más tranquila gracias al cigarrillo. A Orfeo no le
hacía ni pizca de gracia que su amigo se le estuviera riendo.
- ¿En serio estás dejando atrás
tu futuro por una maldita chica?- exclamó ella sin subir el tono de
voz demasiado (sorprendentemente).
- No, no, no. No es una maldita
chica. Es mucho más que eso- corrigió Orfeo inmediatamente
antes de que le pegaran más la bronca.
Decidió explicar la historia
desde el principio, sino no lo comprenderían.
La emoción, las prisas, el bar,
ella.
Y su misión desde ese momento:
Encontrarla. Había explicado todo de un tirón, sin pausas y la acabó con una
sonrisa en los labios. Se dio cuenta de que se sentía feliz al hablar
de ella y no se percató de las caras de perplejidad que ponían
sus compañeros.
Y de repente risas. Carcajadas
salían como pájaros de las bocas de sus amigos. Adela se estaba ahogando
con el humo y Norberto se aguantaba la barriga con los brazos como si
fuera a estallar.
- ¿¡De verdad que te has
enamorado de… eso?!- exclamaba Héctor. Lo que él suponía, no había servido
para nada intentar explicar cómo se sentía y encima se reían de
él.
Ahora era Orfeo el que cerraba
sus puños y respiraba ruidosamente. Fruncía el ceño y notaba la rabia subirle
por la garganta. ¡¿Pero qué se creían burlándose así de algo tan
importante para él?!
- ¡Venga ya! ¡Si sois músicos!
¡Deberíais entenderme!-. Aunque dijera eso sabía que no lo entenderían. Ellos
no eran para nada profundos, es más, era él el que componía la letra de todas
las canciones.
- Es ridículo, vete a un
psicólogo. Te conviene más- soltó Norberto entre risotadas. El joven
ya no lo aguantaba más.
- Sois todos unos hipócritas.
Como si no os hubiera pasado nunca…- dijo sin alzar demasiado la voz. Pero los
demás Lynxs no parecían escucharle así que se giró y subió los
chirriantes escalones de nuevo hasta la cima y ya en la puerta les soltó:
- Me voy. Ya os daréis cuenta de
que os falta el guitarrista-. Y cerró la delicada puerta de vidrio de un
portazo.
6
Había sido el peor ensayo de su
vida y eso que ni siquiera había sacado su guitarra de la funda, pero a
pesar de eso Orfeo sonrió al volver estar fuera del teatro.
Suspiró aliviado. Ya nadie podría interrumpir lo que realmente le importaba
en ese momento. Sacó de su bolsillo el arrugado papel y volvió a contemplar
las palabras como si fueran un mapa que lo llevaría por fin a ella. Bajaba
las escaleras mientras pensaba con dificultad a causa del ruido de la
calle. La sexta uve doble, ¿Por qué? ¿Por qué le había atraído
tanto? No lo sabía y era lo que más le atormentaba.
¿De dónde salía esa necesidad tan imperiosa de
encontrarla? Le había estado dando vueltas y
vueltas.
"Centrémonos" pensó al
pisar el sucio asfalto "Por mucho que mires este folio no la vas a
encontrar". Como descubrió hacía unos días, ella hablaba sobre
el sentimiento de felicidad que le producía estar con cierta persona y así
estaba apuntado en la garabateada hoja. Hablaba de un tema precioso como toda
ella, pero Orfeo creía que era otra cosa la que le producía esa
atracción. Era casi como magia. Izquierda derecha, izquierda derecha. Sus
pies
avanzaban pero él no, o al
menos no tenía esa sensación al no encontrar respuesta a su pregunta. Caminando
de vuelta a casa por las solitarias callejuelas del Raval un olor fuerte
le acarició el interior de la nariz abstrayéndole de sus confusos pensamientos.
Era…¿Jazmín? Sí, lo podría reconocer en cualquier parte. Sus ojos
recorrieron las antiguas viviendas de esa estrecha calle buscando la planta
pero no conseguía verla. La localizó, en el balcón más alto. Las blancas flores
inundaban ese pequeño espacio y se colaban por los oxidados barrotes. Orfeo no
pudo evitar una sonrisa con una pizca de tristeza. Podía visualizar las flores
en el jarrón de cristal de la mesa del comedor y su pequeña cabeza apareciendo
por el borde. Con las puntas de los pies se aguantaba observándolas. Orfeo
olía el jazmín cada noche, era muy agradable y le daba a la casa un buen
ambiente. Sus padres estaban tan enamorados que cada vez que salía de
la comisaría él le compraba un pequeño ramo de jazmín a ella, su flor
preferida en esos tiempos.
-¡Jacobo! ¡¿Jacobo, dónde
estás?!"-. Tapándose los oídos Orfeo se despertó con todo ese
alboroto, los gritos de su madre y el sonido de sus rápidos tacones contra
el suelo. Aunque tuviera cuatro años Orfeo sabía que no era común
que su madre estuviera tan desesperada. ¿Dónde estaba el "buenos días
cariño" que le sacaba del sueño cada mañana? Lo prefería ante todo ese
ruido. Sus diminutos pies descalzos tocaron el frío suelo y no dudó en ir a
averiguar lo que sucedía, aún frotándose los ojos. ¡Uno dos, uno dos!
Pegó un salto para llegar al picaporte y como los jaguares de los documentales
infantiles que veía cada tarde Orfeo corrió
por el pasillo medio llevándose por delante una maceta. Esquivando todo lo que
se encontraba, nada podía pararlo salvo las piernas de su madre que en ese
momento sacaba la cabeza por la ventana del salón, como si estuviera esperando a
que algo sucediera en la plaza más transitada de ese barrio. Con el rímel
corrido y la voz rota, consiguió murmurar:
- Hijo, tu padre ha
desaparecido-.
Una simple planta le
recordaba a tanto. Lo que podía parecer un agradable olor para cualquier
persona se convertía en flashes de recuerdos tristes y confusos para él. Orfeo
se agarraba la cabeza como si eso fuera un remedio para olvidar los malos
momentos. A su madre se le rompió el corazón después de eso y nunca volvió a
ser la misma. Ya no adornaba la casa con flores ni tenía la misma sonrisa
luminosa que tenía cuando estaba él. Su padre no volvió.
“Ese asunto familiar me marcó la vida” pensaba
frunciendo la nariz por el sol que acariciaba su cara. El calor que le producía
hizo que volviera a la realidad.
- Familiar…- susurró Orfeo
de nuevo.
Ya está, era
eso.
Y olvidándose de sus
pensamientos anteriores siguió camino,
satisfecho porque acababa de resolver la sexta uve doble.
7
Metió la llave en la
cerradura del portal de su casa y la giró. Antes de subir las
escaleras de dos en dos se fijó en el buzón. Como siempre no había correo. La televisión se oía desde
la puerta y había luz al final del estrecho pasillo principal. Su madre
estaba en casa.
- Hola mamá- saludó entrando en
el salón y dejando la pesada guitarra en el suelo. Había estado deseando hacer
eso desde que había salido, por fin les podría dar un descanso
a los hombros.
- Te has retrasado- le contestó
ella seriamente, sentada en la mesa ya puesta.
- Ya, quizás me he entretenido-
dijo él recordando el balcón con jazmín.
- Pues quizás no deberías
entretenerte más, siéntate antes de que la comida se enfríe-.
Se sentó en su sitio de siempre,
en la silla pegada a la pared. Se sirvió agua y mientras su madre escuchaba
atenta las noticias como cada mediodía, Orfeo posó su mirada perdida en el
plato, como si las albóndigas fueran lo más interesante que haya visto nunca.
La verdad es que su madre las hacía muy bien, eran casi esferas perfectas.
Dejando caer el peso de su cabeza en su mano derecha empujó la albóndiga con el tenedor. Rodó hasta llegar
al otro extremo del plato.
- ¡GOOOOOL! ¡Muy bien hijo!- Su
padre lo animaba desde la portería. El pequeño Orfeo estaba tendido sobre el
verde césped y tenía tierra en la cara. Se había caído pero al menos le había
conseguido marcar por fin a su papá. Sonrió al notar unas manos levantarlo, su
padre lo estaba lanzando por los aires. Se sentía un pájaro volando por encima de su cabeza y volviendo a caer en
sus brazos. Se reía sin parar, aún orgulloso de haber metido la pelota en la
portería.
- ¿Comes?-. Su madre le sacó de
sus pensamientos. Lo observaba seria, con el tenedor en la mano y un trozo de
albóndiga pinchado. Seria. Nunca sonreía.
Inmediatamente, Orfeo cogió el
cuchillo y empezó a cortar su comida en pedazos, como si nada hubiera pasado.
Como si no hubiera vuelto a su
infancia…
Otra vez.
Acabaron de comer
en silencio aún con el telediario de fondo.
Al dejar el tenedor en el plato vacío, pensó que ese era el momento ideal para
preguntarle lo que había estado deseando. Sacó de nuevo el papel arrugado un
poco nervioso por la reacción de su madre.
- Mamá-. Dejó de mirar el
telediario para mirarle a él y tartamudeando dijo:
- Quiero… quiero mostrarte algo-
esperó para ver si ella le contestaba pero se limitó a quedarse en silencio.
Suspiró.- Resulta que hace unos días pasó algo -. Su madre abrió más los
ojos, dando a entender que lo estaba escuchando.
- Verás, fui a un bar y
allí la conocí -. Orfeo se estaba poniendo un poco incomodo en esa
situación- Me atrajo mucho y antes de que me olvidara, apunté lo que me
acordaba que había oído que decía-. Lentamente le
tendió el papel y ella lo cogió, no comprendiendo aún lo que sucedía.
- Llegué a la conclusión de que
ella me resulta familiar. Como si fuera parte de la familia y me preguntaba
si a ti también te puede transmitir esa sensación-. Vio como a su madre le
empezaban a brillar los ojos y temblaba. La incomodidad de Orfeo se
transformó en miedo de repente.
- ¿Mamá?- le preguntó confuso-
¿Estás bien?-.
Pero antes de que pudiera
seguir preguntando le contestó susurrando:
- Orfeo, ya la conoces-. Se
agarró la cabeza no entendiendo lo que
decía.
- ¿Qué?-.
- Tu padre y yo. La conocimos
juntos-. Su madre dejó caer la hoja y se tapó la cara con las manos. Estaba
llorando. Orfeo no sabía qué hacer en esa situación, no se le
daba nada bien consolar. Le temblaba el cuerpo por la respuesta que le había
dado su madre y quería saber más.
- Después de que
Jacobo desapareciera estaba presente cada noche de tu
infancia- dijo entre sollozos. No, Orfeo no se acordaba de eso. Todo lo que
sucedió después de la desaparición de su padre era como si no lo hubiera
vivido.
Orfeo se mordía la lengua para
no llorar también.
- Es increíble que te la hayas
encontrado- sollozó, y él asintió. Aún le parecía surrealista todo lo que había
pasado con su padre y no comprendía. ¿Cómo podían haber pasado tantos años sin
que ninguno de los dos supiera nada?
- Pero mamá, ¡¿Qué ha pasado con
papá?!- exclamó. La pregunta que siempre estaba fija en su mente,
aunque nunca se la había hecho, ya que suponía que ella también se la
preguntaba.
Su madre con los ojos rojos y la mirada perdida en la
ventana de la otra punta del salón respondió:
- ¿Quieres algo de
postre?-. ¿Qué? ¿Qué respuesta era esa? Ni siquiera ERA una
respuesta.
- ¿Cómo?- preguntó Orfeo para
asegurarse de que había oído bien. Ella lo miró y suspiró.
- Supongo que eso es un
no. Tú mismo, te pierdes el pastel de chocolate que he hecho-. Y
antes de que Orfeo tuviera tiempo de contestar(, su
madre ya estaba saliendo del salón.
“Aquí hay gato encerrado”
pensó. Y él se encargaría de liberarlo.
8
Orfeo daba vueltas y vueltas,
con la luz apagada, sin poder conciliar el sueño. Se enrollaba en la sabana
como un gusano de seda y se volvía a desenrollar. Había estado pensando en la
respuesta de su madre toda la tarde y ahora toda la noche. Ella se marchó
a trabajar y al llegar no le dirigió palabra pretendiendo que estaba muy
cansada. Se fue a dormir rápidamente y él decidió hacer lo mismo aunque no
tuviera sueño.
Observó el techo beige todo despintado y con algunas grietas. Ese era un
piso viejo. A partir de los cuatro años cada vez que miraba hacia arriba
pensaba que se iba a derrumbar en cualquier momento.
¿Por qué estaba tan seguro de
que su madre no tenía ni idea de la desaparición de su padre? ¿Acaso
ella se lo había dicho alguna vez? No. Tampoco le había mentido. Solamente
se limitaba a no hablar del
tema y Orfeo hacia lo mismo. Hasta ese
día. Necesitaba saber. Siempre lo había necesitado.
Incomodo, Orfeo se enterró
debajo del cojín, intentando no darle más vueltas al tema que parecía imposible
de sacar de la cabeza.
- Piensa en cosas bonitas- se
dijo cerrando los ojos fuertemente y arañando el colchón.
- ¡Quiero ir a ver a los
leones!- gritaba subido en los hombros de su madre.
- Estamos yendo, cariño- se
reía su padre- un poco de paciencia-. Una valla enorme se alzaba a un lado
de su camino. Chimpancés saltaban de una cuerda a la otra.
- ¡Los monos!- gritó Orfeo.
- ¡Mira que graciosos!- exclamó
su madre. Su padre se encorvó de repente, sacó la barbilla y con una mano
se rascó la cabeza mientras que con la otra hacia lo mismo en la
barriga.
- ¡U-U AH-AH!- chilló y Orfeo
explotó de risa. A su madre no le parecía tan gracioso.
- Jacobo, aquí no por favor- le
dijo, un poco avergonzada porque los demás visitantes los estaban mirando. Pero
él no le hizo caso y siguió con su interpretación, subiéndose a cuatro
patas a un banco y espantando a una ancianita que pretendía
leer. A Orfeo le dolía el estómago de tanto reír.
- Jacobo…-. Su madre se
mordía el labio intentando no reír.
Se subió al respaldo del banco pero en un intento de acrobacia para
llegar al suelo se resbaló y se cayó.
Ahora sí que estaban
los tres desternillándose.
Orfeo se durmió con una sonrisa
en los labios.
I
have run I have crawled, I have scaled these city walls…
El tema de U2 sonaba por
toda la habitación otra vez, por encima de los gorriones que cantaban
y despertando a Orfeo. En esos momentos se sentía tan identificado
con la letra de esa canción. Aún no había encontrado lo que estaba buscando.
Aún no la había encontrado a ella.
Se frotó los ojos aún con sueño
y encendió el móvil que reposaba en la mesita de noche. ¿¡Las siete y media?!
¡Pero si se había puesto el despertador a las 9! ¿Por qué sonaba tan
pronto? La luz del aparato le quemaba la vista ya
acostumbrada a la oscuridad. Entonces pudo leer en la
pantalla un nombre: Adela. Lanzó el móvil a la silla del escritorio
con un gruñido. ¿Qué se creía llamando a esas horas? No
pensaba contestar, y menos a ella. Aún estaba molesto por lo del día
anterior.
Se cubrió los oídos con
el almohadón hasta que la música dejó de
sonar. Volvió a ponerse cómodo para regresar al mundo de los sueños cuando
volvió a escuchar:
These
city walls, Only to be with you….
Esta vez fue el cojín el que
utilizó como proyectil. Que sí, que era su canción favorita y por eso la
tenía de tono de llamada y de tono de alarma, pero
es que la acabaría odiando si escuchaba otra palabra más.
But
I still haven't found, What I'm looking for…
Había tenido
suficiente. Dejó caer la sábana en el suelo y se levantó.
- ¿¡Qué quieres?!- le gritó con
la voz aún ronca.
- Relájate- le soltó. Orfeo
estaba indignadísimo. “¡¿A dónde va con estos aires de superioridad?!” pensó.
-
¿¡Pero tú de que vas?! ¡Despertándome a las siete de la
mañana y encima me contestas así!-.
- Si estuvieras en la
banda ya deberías estar despierto y dirigiéndote hacia
el ensayo-. Se aguantó las ganas de tirar el móvil por la ventana.
- Sí pero resulta que ya no lo
estoy porque sois una panda de incomprensivos-
respondió impulsivamente. De
repente oyó un click. Orfeo puso los ojos en blanco. Ya estaba fumando otra
vez.
- Oye, quiero que vengas al
teatro-.
- ¿Sí? Pues a mí no es
que me apetezca mucho veros- dijo lleno de sarcasmo. La oyó soplar, seguramente soltando el humo.
- ¡Que vengas he dicho!-. Orfeo
tuvo que apartar el teléfono de su oreja. Ahí estaba la parte histérica de
Adela que más conocía. Pasaron unos segundos de silencio que aprovechó para
suspirar y pensar.
- No sé como lo haces pero
siempre acabo haciéndote caso…- respondió después de haber llegado a la
solución de que iría para que no le chillara más. Quizás porque casi
siempre se dirigía a las personas con imperativos…
La oyó reír.
- Cómo no sea nada
importante…- empezó a decir él.
- Espero que estés aquí en diez
minutos-. A Orfeo se le subió el corazón a la garganta.
- ¿¡Diez minutos?!-.
- Sí, ¡Corre!- podía notar su
sonrisa hasta a través del móvil.
9
Orfeo jadeando, empujaba
la puerta de la entrada al teatro por segunda vez. No parecía que la banda
estuviera practicando como el día anterior. Se paró a recobrar el aire en
el hall. Solamente se oía un piano en la lejanía que lo sorprendió. ¿Dónde
estaban los demás instrumentos?
Siguiendo el sonido Orfeo subió las escaleras hacia el piso de arriba. La
tranquilizadora melodía del piano inundaba todo el espacio.
Parecía que venía de dentro de
esa pequeña sala al fondo del pasillo. Como si estuviera hipnotizado se dirigió hacia allá intentando no hacer ruido. Puso
la mano sobre la carcomida puerta de madera sin pomo y empujó suavemente. El
espacio era tan pequeño que en él solo cabía ese gran instrumento
junto con un pequeño taburete. Adela parecía estar
acariciando ese piano viejo y casi roto. Sus ojos estaban cerrados.
Estaba disfrutando y mucho porque no se dio cuenta de que Orfeo estaba
escuchando a su lado. Al tocar la última tecla con mucha delicadeza se sobresaltó al oír los aplausos de su amigo. Y con
una sonrisa y un movimiento de cabeza, se lo agradeció.
- ¿Dónde están los demás?-
preguntó Orfeo.
- No están. Estamos
solos-.
Ahora Orfeo estaba más confuso
que antes.
- Quería disculparme- dijo
ella. No estaba gritando, ¡Qué sorpresa!.- En nombre mío y en
nombre de los otros dos imbéciles que no han venido-.
- Ha pasado solamente una
tarde y ya os habéis dado cuenta de que no os organizáis bien sin
mí ¿Verdad?- dijo Orfeo riendo y ella se unió. Él
le indicó con la mano que le dejara espacio y
se sentó.
- Más o menos. Pero bromas
aparte, no debíamos habernos reído de ti, te entiendo perfectamente.
A mí también me ha sucedido otras veces lo que te ha sucedido a ti-.
No, ella no tenía ni idea de lo que le estaba pasando a él, aunque no dijo nada
al respecto porque no quería fastidiar el momento. Igualmente la confusión anterior se había esfumado y ahora
solamente había tranquilidad en el interior de Orfeo.
- Yo también quiero disculparme,
no hice bien al ignoraros. ¡Con el trabajo que nos ha costado encontrar este
lugar!-. La verdad es que se sentía mal, ellos no tenían la culpa de nada.
Adela puso su mano sobre la de él.
- No te preocupes, ahora ya está
todo olvidado- contestó sonriendo con los labios. Orfeo le devolvió
la sonrisa. “Que feliz que estoy de tener a esta chica como amiga” pensaba.
- ¿Qué tal va tu búsqueda?-
preguntó cambiando de tema- Me puedes explicar lo que quieras, te prometo que no me reiré-. La felicidad se
desvaneció del rostro del chico.
- No muy bien, si te soy
sincero. Ella, la sentía como parte de la familia. Por eso le he preguntado a
mi madre si la conocía. Sé que es una idea un poco estúpida pero ha resultado,
bueno, más o menos. Mi madre me lo afirmó: ya la conocía. Mis padres la
conocieron juntos. Después de que mi padre desapareciera cada noche de mi
infancia estaba presente, pero mi madre no ha querido explicarme nada
más sobre él-. Orfeo estaba al borde de las lágrimas y
parecía que a Adela se le estuviera contagiando esa tristeza. Ahora cogía la
mano de su amigo con fuerza.
- Mi madre sabe algo y no me lo
quiere decir- con rabia apretó la mano de su amiga para deshacerse de esa
sensación, pero después se tuvo que disculpar por hacerle daño.
- No lo entiendo. Éramos todos
tan felices, mi padre, mi madre y yo. Una pequeña familia que convivía en
harmonía. Y de repente, desaparece. De un día para el otro ya no está…-
- Pero Orfeo… ¿De verdad eráis
tan felices?- Se atrevió a preguntar Adela con un hilo de voz.
Orfeo se la quedó mirando
pensativo, aún con un nudo en la garganta.
- Te lo pregunto porque la
gente no desaparece por arte de magia-. Adela tenía razón. Tenía que dejar de
creer en lo que creía de pequeño. Su padre no se podía haber esfumado porque
sí.
Se secó las lágrimas y se sorbió
la nariz.
- Me has dado una idea. Me tengo
que marchar- le dijo de repente. Adela no entendía nada. Pero casi sin pensarlo
gritó:
- ¡Espera!- antes de que el
chico saltara del taburete. Impulsivamente, le cogió de la barbilla y le
dio un beso en su mejilla. Ahora sí que de verdad Orfeo
estaba confuso.
- Buena suerte- Acabó
diciéndole. Y frotándose la cara, el chico salió del teatro.
10
Aún sudando tiró las llaves al sofá justo al entrar al
piso. Notaba la sangre en sus mejillas, estaban rojas.
Tenía suerte, su madre había
marchado.
¿Por dónde podría
empezar a buscar? Ni él lo sabía. Se quedo mirando la desordenada estantería
que cubría la pared de la pequeña sala de estar mientras se tomaba un descanso
para respirar.
En ella estaban guardados todos
los documentos de la casa, algo tendría que haber allí que lo ayudase.
Buscó en cajas y cajas, todas
iguales. En una, decoración para fiestas de cumpleaños, en la siguiente, luces
de navidad, en la de al lado habían
trabajos de Orfeo de la primaria.
Exhausto casi se da por vencido
después de buscar en lo que le habían parecido unas veinte cajas sin hallar
nada. Se disponía a guardar la veintiunava en el fondo del primer estante
cuando se dio cuenta de que había algo impidiéndoselo. Otra caja estaba
ocupando su lugar. Y sobre ella estaba escrito RECUERDOS con rotulador
permanente. La sacó y estornudó. Tenía tanta tierra como el teatro. Dejó
marcada la silueta de su mano al sacar la tapa.
En parte tenía miedo con lo que
se podía encontrar, por si saber la verdad sería peor que vivir engañado.
Pero la intriga le estaba corroyendo
por dentro y por eso no se lo pensó dos veces.
Estaba a rebosar de lo que
parecían… ¿Papelitos de colores? No. Cogió un trozo y se fijó que en él
estaba impresa una cabeza y en otro una pierna. Eran trozos de fotografías
rotas. Orfeo no entendía por qué su madre guardaba eso y encima en
una caja etiquetada con ese nombre.
Lo único que podía hacer era
intentar juntarlas para formar imágenes como piezas de puzles.
Así que ahí estaba, arrodillado
en el suelo y mirando a través del cristal de una lupa que había encontrado en
su escritorio. Después de unos aproximados veinte minutos enganchando con
cinta adhesiva pudo apreciar el fruto de su
trabajo. En una instantánea estaba capturado el recuerdo de la primera foto que
se hicieron como indicaba en la parte trasera. Su madre usaba ese gran
sombrero de ala ancha que aún guardaba y ocupaba casi todo el espacio de
la foto. Parecía estar desternillándose. “Qué guapa que era en su
juventud” pensaba Orfeo.
Detrás y casi indistinguible,
una mano solitaria y unos ojos grises se asomaban.
Su padre.
Orfeo soltó un suspiro que
le ayudó a desahogarse un poco de esa nueva sensación de tristeza que le estaba
empezando a inundar. Igualmente, decidió no abandonar su trabajo.
Primer viaje juntos
Verano de 1991
Decía la segunda foto con
perfecta caligrafía. Esta vez sus padres
posaban delante de una floreada calle de Ámsterdam. Orfeo tragó con fuerza.
Acabados de comprometer
8 de noviembre de 1993
Y ella sonriente, enseñaba el
anillo a cámara.
Nuestra boda
14 de marzo de 1994
Se besaban delante
del altar. Orfeo empezaba a ver las imágenes borrosas.
Embarazada de 5 meses.
Fin de año 1998
Las lágrimas de Orfeo brotaban
de sus ojos y no sabía muy bien por qué. Quizás por ver a su madre tan feliz,
pero era más probable que fuese por poder ver a su padre aunque fuese en
instantáneas antiguas. Era verdad, ahora que Orfeo se ponía a pensar, no había
visto nunca una foto de su padre hasta ese momento. En la casa había miles de
sus primeros años colgadas, pero él no estaba presente en ninguna. Eso le
pareció muy extraño y sospechoso y aún más al darse cuenta de que las únicas
imágenes que había encontrado de él estaban rotas totalmente.
11
Orfeo se disponía a guardar la
caja, satisfecho con lo que había encontrado ya ahí y listo para buscar en otra
parte cuando se percató de que había más información.
Debajo de lo que
anteriormente eran pedazos de imágenes, había dos folios de
papel.
Perplejo, levantó las hojas con
curiosidad por saber. "Este es un documento importante por lo que
veo" pensó al percatarse del sello del gobierno a pie de página. Su
vista subió hacia el principio del papel.
FECHA: 20 de septiembre de 2003
SOLICITANTE: Jacobo Buday
DEMANDADO: Catherina Leyva
Era lo que se podía leer. Se le
erizaron los vellos de los brazos y le costaba tragar de lo seca que estaba su
garganta. "Esto no pinta nada bien", con solo ver los nombres de sus
padres detrás de esas dos palabras gotas frías de sudor le caían por
la frente. Encima, ese documento se había creado un día antes de la
desaparición de su padre.
Aún así, siguió leyendo.
- No- exclamó casi sin darse
cuenta. El alma se le había caído a los pies y aún no asimilaba lo que había
leído en la segunda línea.
PETICIÓN: El divorcio
Seguidamente Orfeo se cubría la
cara con las manos. Su frente estaba ardiendo… ¿Tenía fiebre? Eso no era
importante para él en ese momento. Las manos le sudaban y le dolía la
cabeza.
Ahora lo entendía todo, las
fotos rotas y ninguna de su padre por toda la casa.
Adela tenía razón. Al parecer no
eran tan felices como él estaba convencido. Cuando eres pequeño no te das cuenta de la situación, pero ahora que Orfeo hacía memoria algún que
otro recuerdo aparecía en forma de flash, como fuego artificial.
Antes de dormir solía ver
los últimos dibujos del día. Estaba cómodamente sentado en el sofá viendo
el último capítulo de Rex el Dinosaurio cuando gritos empezaban
a sonar en el hall de casa seguramente
despertando a varios vecinos.
Su padre había llegado y
con él, los gritos de su madre que le abría la puerta. Eso le asustaba al
pequeño Orfeo pero después se le pasaba al ver a su madre entrar sonriente al
salón con el ramo de Jazmín en mano.
- ¡Mira que me ha regalado
papá!- exclamaba.
No lo entendía. No entendía
por qué su madre le había estado ocultando eso durante tantos años
haciéndole creer que había desaparecido misteriosamente. De un momento a
otro los documentos estaban arrugados en forma de pelota y en la otra punta de
la habitación y él, golpeando los cojines del sofá. Intentaba deshacerse como
podía de todos los sentimientos que tenía acumulados en ese momento. Cuando
acabó de desplumar a uno pateó con rabia la caja de recuerdos
haciendo que saliera disparada. Entonces algo empezó a flotar como una pluma en
el aire que iba cayendo poco a poco hasta posarse encima de la mesa. Provenía
del fondo de la misma caja a la que tanto odiaba en ese momento pero que estaba
tan agradecido de haberla encontrado.
La cogió. Era otra instantánea.
Y estaba entera.
Inspiró y expiró.
Tenía que tranquilizarse.
No se entendía muy bien lo que
sucedía en esa imagen ya que estaba movida. Se podía distinguir a su padre y a
su madre patinando cogidos de la mano. Seguramente
era de noche y estaban en una de esas discotecas en patines. No es que le
resultara bonita esa fotografía, lo que le resultaba interesante era la
parte de atrás. Al leerla, se le volvió a iluminar la cara.
La había encontrado.
Notaba las palpitaciones de su
corazón como un pájaro enjaulado con ansias de salir.
Como bien indicaba con la
perfecta caligrafía de su madre, en ese bar de patinaje la habían conocido, los
dos. El nombre de ella estaba escrito también y era un nombre precioso,
como él esperaba.
La reacción de Orfeo al ver que
su misión había terminado fue extraña incluso para él. Sus manos le temblaban y
empezó a reír, no se lo creía. Después de tantos días tenía por fin su nombre
apuntado.
Sus carcajadas no le duraron
mucho, se fueron esfumando al darse cuenta de un detalle.
¿Por qué esa era la única
fotografía entera? Si su madre no la había destrozado era por algo. El
lugar donde sus padres la conocieron tenía que ser un sitio de importancia.
Seguramente allí encontraría algo.
Antes de que cambiara
de opinión la cogió y con paso veloz se
dirigió a su ordenador situado en el escritorio de su cuarto. Estaba siendo tan decidido
que ni él se lo creía. La espera para que la maquina encendiera se le
hizo eterna, pero finalmente pudo entrar en internet. "El
bar patinaje de Rooney, Barcelona" tecleó guiándose con la parte
trasera de la foto.
En milésimas de segundo miles de resultados le aparecieron, clicó en el
primero sin pensarlo demasiado.
"El bar patinaje
de Rooney fue el bar inspirado en los años 60 más famoso de Europa y
el único con servicio de pista de patinaje con música" leyó, aunque eso
no era de importancia. "…Estaba situado en la calle Londres número
68" eso era. "¡¿Estaba?! ¿Eso significa que ya no está?" Se fijó
Orfeo asombrado. Cambió rápidamente de pestaña y escribió la calle y el
número. Llevaba una velocidad increíble por querer acabar de una vez con todo.
Inmediatamente le apareció en pantalla justo lo que estaba buscando.
Efectivamente, el bar ya no
existía desde hacía años pero había otro establecimiento en su lugar y el
nombre de este le resultó conocido a Orfeo. Al darse cuenta se quedó con
los ojos como platos.
La inmobiliaria donde
trabajaba de su madre.
Orfeo nunca había visitado su
trabajo. "Bueno, siempre hay primeras veces para todo" pensó,
aún estrujando el borde de la mesa. ¿Es que su madre había abierto su local ahí
a propósito? ¿O era pura casualidad? En todo caso tenía que ir. Pero no en
ese momento, esperaría hasta la noche cuando nadie trabajaba. Sabía que su
madre guardaba las llaves en el horrible bolso naranja que usaba los miércoles.
Las cogería y marcharía
- Pienso descubrir
la verdad a pesar de las consecuencias- se
dijo. Ahora solo faltaba esperar.
12
Orfeo cayó en un charco justo al bajar del autobús. Se quejó
mientras se levantaba todo empapado. Estaba
lloviendo y con las prisas se había olvidado el paraguas. Había salido de
casa justo al ver el último rayo de sol desaparecer por el horizonte, aunque antes había llamado a la inmobiliaria
para ver si había señales de vida. Nadie contestó.
El bus le
dejó justo delante de su destino. Era como si la parada
estuviera clavada ahí a propósito.
Observó los
carteles de venta de pisos en el escaparate iluminado por la tenue luz de una
farola, detrás de ellos solo había oscuridad. La noche ya estaba presente.
Se acercó a la puerta y tocó el frío pomo de metal. Falló al introducir la
llave de los nervios. Cerró los ojos
una vez más como había hecho antes de ver el teatro. Y empujó la
puerta
Buscó a oscuras el
interruptor y pudo ver la recepción más limpia y moderna que había visto
nunca. Todos los muebles y las paredes eran de un blanco reluciente y olía un
poco a barniz, un olor que lo incomodaba. Sin saber muy bien dónde
buscar se adentró en el único pasillo que había, pasando frente a
las puertas de despachos de empleados desconocidos. Un trueno rompió el
silencio absoluto del pasillo, y a Orfeo se le subió el corazón
a la garganta. Era obvio que estaba asustado.
Se detuvo frente a la última
puerta. El nombre de su madre estaba gravado. Otra llave se requería para abrir
la puerta de cristal pero Orfeo no tuvo problema con eso. Se había llevado el
manojo de llaves entero. La puerta no hizo ruido alguno y al entrar
vio un escritorio, dos sillas, una papelera y una estantería no muy
llena. El estilo de ese sitio era bastante minimalista. Echó
una ojeada a los libros pero no encontró nada interesante. Rebuscó en
la papelera, un poco asqueado, pero tampoco encontró nada. Miró debajo del
escritorio y nada. Decepcionado Orfeo se dejó caer en la silla
giratoria.
Quizás se había equivocado,
quizás ya no había nada más por encontrar.
Quién sabe cuánto tiempo estuvo
ahí sentado, mirando el blanco techo. Quizás minutos u horas. Se
llevó las manos a los bolsillos de sus vaqueros, como si ahí pudiera
encontrar información. En ellos solo había la fotografía y las llaves.
Jugó con estas últimas durante un buen rato escuchando
el sonido de la lluvia. Las llaves de casa, las llaves de la entrada de la
inmobiliaria y las llaves del despacho. Había utilizado las tres primeras
llaves. Faltaba una cuarta. Orfeo la observó de cerca. ¿Dónde podría caber una
llave tan pequeña y oxidada como esa? Se enderezó y observó el despacho.
El único cerrojo que había era el del
escritorio, no había otra opción. Contuvo la respiración y la introdujo. El
cajón se abrió de repente. Orfeo suspiró aliviado y volvió a sentir los latidos
de su corazón
El desorden de ahí dentro
contrastaba con el orden de fuera. Nunca había visto tal cantidad de
post-its. Entre bolígrafos y grapadoras escarbó como si de un topo se tratara.
Sus manos tocaron algo debajo de una libreta. Eran varios sobres ordenados con
una goma de pollo, nada fuera de lo común. Los giró y la habitación empezó
a darle vueltas.
Para: Orfeo Buday
De: Jacobo Buday
2 de Mayo de 2007
Esa había sido la tarde más
intensa de su vida. ¿¡Primero los papeles del divorcio y luego eso?! Orfeo
rompió a llorar sin poderse contener. Sí, había llorado muchas
veces durante esa larga aventura llena de emociones. Había
estado confundido toda la vida, su madre no era la persona que él
creía y ahora estaba más que seguro de eso. Su padre estaba vivo ¡Y le había escrito!
Querido hijo, siento no haberte
escrito antes pero conozco a tu madre y sé que no te dejaría hablarme.
Ahora que eres un poco más mayor pienso que ya puedes tomar tus propias
decisiones. Déjame explicarte todo:
Me disculpo por haber
desaparecido sin más pero tenía que irme lo antes posible. Tu madre y
yo hemos estado discutiendo durante años y años por tonterías. Solo te explico
que es la mujer más celosa que he conocido y esto no ha acabado bien. He
acabado viajando a otro país por amor y no sé si tu madre me dejará verte
de nuevo, pero deseo que sigamos siempre en
contacto. Quién sabe, quizás en un futuro nos volvamos a ver.
Siento escribirte una carta
tan corta.
Besos.
Tu padre.
Las lágrimas mojaban
la hoja borrando palabras. De esa
carta ya habían pasado diez años, ¿Quién sabe dónde estaría su padre
ahora? Y todo a causa de su madre. Como si él tuviera la culpa de todo
eso. Ahora entendía por qué nunca había correo, su madre se lo
llevaba al trabajo.
Las demás cartas fueron
enviadas distintos años y en la mayoría su padre se preguntaba
por qué no le contestaba. Incluso había una enviada ese mismo año.
Orfeo se desesperaba leyéndolas, Jacobo creía que a su hijo le había
pasado algo y él tenía ganas de gritarle que estaba bien, que había sido
su madre la que no le dejaba contestarle. Pero no podía ponerse así, no ahora
que por fin había encontrado lo que estaba buscando. Por fin sabía la verdad,
después de tantos años de confusión. En su bolsillo derecho encontró el papel
garabateado de lo que recordaba haber escuchado en el bar donde hizo esa gran
locura, enamorarse. Lo volvió a leer y sonrió entre las lágrimas.
- Gracias-.
Y acarició suavemente
con las yemas de los dedos, la letra de la hermosa canción que le había ayudado
a descubrir tantas cosas.