sábado, 26 de agosto de 2017

45 km/h

Sus dedos se entrelazaron con los suyos, formando una perfecta unión. El color empezó a subir por su cuerpo, primero por los brazos, luego por el pecho… y finalmente sonrojando sus mejillas. Sonrió. Hacía mucho que no sonreía y casi se había olvidado de como se hacía. Le encantaba esa emoción de felicidad. Muy pocas veces la había sentido. Toda su piel se iluminó al tocar la de él, era simplemente mágico. Él sentía lo mismo, lo notaba por la repentina calidez de su mano. Y entre toda esa alegría, sucedió. Sucedió lo que ella no esperaba:
- ¿Corremos?- le susurró al oído y ella se estremeció al sentir su cálido aliento. Quedó petrificada, llena de asombro al asimilar ese simple verbo. Bastante tiempo había pasado desde la última vez que se lo habían preguntado, y aún más desde que lo había preguntado ella, pero no dudó en asentir. Él sonrió y le apretó la mano. Sus piernas se empezaron a mover simultáneamente. Sin percatarse casi, estaban ya caminando deprisa, aumentando la velocidad poco a poco. Podían escuchar el viento zumbarles en el oído y acariciándoles la cara. Veían la vida de una manera diferente ahora que estaban juntos, muy colorida. Se iban arrastrando el uno al otro alternando, pero ninguno de los dos se sentía agotado. Solo tenían más y más ganas de seguir corriendo sin soltarse nunca. Saltaron vallas y cruzaron puentes. Varias veces se encontraron con bifurcaciones que intentaban romper su camino, pero siempre las vencían siguiendo los dos el mismo. A veces corrían junto a otras parejas, pero bastantes se soltaban al llegar a algún obstáculo que les oligaba a parar de correr, convertiéndose de nuevo en Almas Solitarias. Pero ni ella ni él se percataban, estaban demasiado concentrados en correr el uno junto al otro. A ellos nada los paraba y los dos estaban seguros de eso. Hubo un momento en el cual ella dejó de mirar al frente. No sabía por qué lo había hecho, por qué había girado la cabeza noventa grados a la derecha. Quizás sería porque ya no soportaba el frío que le transmitían las Almas Solitarias que pululaban sin rumbo cerca suyo. Miró al interior de los ojos apagados de una que le devolvía la mirada fijamente. Solo encontraba tristeza y soledad en esos dos abismos. De alguna manera, le estaba contagiando esa pena. "Y pensar que hace nada era una de ellas…" pensaba acordándose de la época anterior a ese gran viaje que estaba haciendo junto a su compañero. Pero no pudo seguir observándola porque él la estaba empezando a estirar. Siguieron su camino y en pocos metros ella se olvidó completamente de la imagen triste de esa Alma y volvió a sentirse feliz. No sabían cuanto tiempo llevaban corriendo. Quizás días, meses e incluso años. En realidad, nadie tenía noción del tiempo en ese lugar.
Unos kilometros más adelante, los zapatos de él se clavaron en el suelo, haciendo que ella también se detuviera. El viento dejó de zumbar y las puntas de los dedos ya no les cosquilleaban. Ella empezó a enfriarse, empezó a notar como sus mejillas se apagaban. Ya no sentía el latido de su corazón. Y volvió a verlo todo en blanco y negro.
- ¿Jenkin?- por primera vez dijo su nombre, con la voz temblorosa, pero Jenkin no le hacía caso. Aunque él también estaba en el mismo trance, no parecía importarle como a ella. No parecia importarle en absoluto. Tenía los ojos clavados en la misma Alma Solitaria que había visto ella, pero ahora se había cruzado en su camino. Era como si Jenkin estuviera hipnotizado. Uno a uno, los dedos de él se fueron desanudando lentamente a la vez que ella se ahogaba.
- ¡No!- chillaba, pero sabía que era inútil. El ya había decidio acabar esa gran maratón. Llena de dolor vio como su dedo meñíque dejaba de estar en contacto con el suyo. Intentó volver a cogerle la mano pero ya sabía que no serviría de nada. Sus dedos resbalaban como mantequilla. Ella empezó a ver borroso. Las lágrimas le inundaban los ojos al verlo alejarse cada vez más de ella, con los ojos fijos en esa otra Alma Solitaria. Sus dedos se entrelazaron con los de ella y pudo ver su trance. Como sus pieles adquirían color de nuevo y sus sonrísas tenían brillo al tocarse. Como cambiaban de ser unas Almas Solitarias a ser unas Almas Encadenadas.
- ¿Corremos?- vio susurrar al chico en su oído y ella asintió sin pensárselo. Y los observó correr hasta donde su vista llegaba.
Ella notaba como si algo se hubiera roto en el interior, como si todas las buenas emociones que había construído con Jenkin se hubieran despedazado. Recordaba sin parar los buenos momentos de cuando estaba encadenada junto a él, de todos los obstáculos que habían conseguido superar sin daños. Eso era lo peor de cambiar de Alma Encadenada a Alma Solitaria, que recordarías una y otra vez a tu compañero. Eso sí, solo hasta que encontraras a otro.
- No- dijo abruptamente haciendo girar a algunas cabezas- me niego a estar en este estado. Me niego a voler a ser una Alma Solitaria-. Se había secado las lágrimas y aunque el dolor siempre estaba presente, ella seguía adelante. Había pasado tanto tiempo así, atrapada en su angustia, que ya estaba harta.
- ¿Sabéis qué? Voy a aprender a correr yo sola- otras Almas Solitarias que estaban cerca, abrieron los ojos como platos- Si alguien quiere unirse a mi viaje, será bienvenido y seremos dos Almas Libres-. Y con toda la seguridad del mundo se puso en marcha.

Pensado y escrito en Amsterdam, Holanda.

miércoles, 16 de agosto de 2017

Blu

Y de repente dos pedazos de mar, como si se hubieran desprendido del gran océano aparecieron de imprevisto. Muy azules, muy profundos y muy oscuros. Pero sobretodo muy mágicos. Tanto que la hipnotizaron completamente y transmitieron en ella un hechizo poderoso. Llamaban su nombre, o al menos de eso estaba ella convencida. Quería sumergirse, quería explorarlos. Y así lo hizo, casi sin pensárselo dos veces, se lanzó al vacío azúl. Lo hizo silenciosamente para no molestarlos. Eso era lo último que quería, que se ofendieran. Justo unos segundos más tarde de su inmersión notó como su corazon se elevaba y había fuego en sus mejillas. Inmediatamente sintió que se ahogaba y le costaba respirar. Aunque lo había  intentado con todas sus ganas, su plan no había salido bien. Habían notado su presencia y ahora ellos se estaban vengando. Con dificultad pero rapideza consiguió salir de ese laberinto azulado. La chica respiraba agitadamente intentando recobrar el aliento. Esos pedazos de mar eran más peligrosos de lo que pensaba pero aún le duraban las ganas de volverse a sumergir en sus profundidades. Nunca tendría suficiente, eso era parte de su mágia. Ya más calmada decidió de nuevo lanzarse pero se quedó petrificada al ver que ya no estaban. Se habían esfumado completamente sin dejar rastro. Y fue en ese momento cuando se dio cuenta de que su encantamiento sería imborrable. Estaba entrando en una nueva fase de su mágia, la del arrepentimiento y la tristeza. Se arrepentía de no haberlos explorado más, se arrepentía de que no hubiera hecho nada para que se quedaran junto a ella. Y la tristeza la inundaba del todo al percatarse de que no volvería a ver a esos pequeños océanos nunca más. Lo peor de todo es que ellos no tenían ni idea de todo los sentimientos y la mágia que habían insertado en ella y nunca se percatarían.

Pensado y escrito en Venecia, Italia.

miércoles, 2 de agosto de 2017

Ella

Pequeña introducción personal 

Finales de Junio de 2017, había estado esperando mucho tiempo para que por fin llegase ese día. Aún no había finalizado el curso escolar del todo pero empezaban las clases de escritura nada más y nada menos que en el Ateneu Barcelonés. Verás, anteriormente ya había intentado ingresar a alguno de los cursos de letras que ofrecían pero sin éxito. Que si era muy pequeña, que si no tenía la edad permitida aún, etc. Las clases para escribir tampoco es que abunden y estas parecían las mejores así que esperamos a que tuviera los quince y pudiera asistir a alguno de sus cursos. Y ahora tenía la edad mínima para entrar. Entonces me apunté a unas clases de escritura “para jóvenes narradores”. Era una pequeña prueba para ver si me resultaba útil y divertido y así me podría apuntar al curso anual.  
- Tengo miedo- les decía a mis padres cada vez que la fecha se acercaba más. Sí que tenía muchas ganas de aprender a escribir pero a la vez temía que fueran demasiado exigentes, o que la gente fuera demasiado crítica, o que todos fueran adultos, habían muchos temores. Igualmente fui y justo en la entrada de ese inmenso edificio antiguo me encontré con otra chica igual de perdida que yo. Resulta que teníamos la misma edad y que también iba al curso, eso me tranquilizó un poco. Juntas conseguimos llegar al piso correcto y en la puerta del aula, aún cerrada, encontramos a otras personas igual de asustadas que nosotras. Todas suspiramos aliviadas, éramos más o menos de la misma edad y todas teníamos los mismos miedos. Eso nos alegraba. Allí nos presentamos tímidamente. Fue el inicio de lo que sería un gran grupo de amigos. Conocimos a Olga, la profesora que nos enseñó la manera más esquemática de escribir pero a la vez nos dejaba libres, cada uno con su propia historia. Nos corregía cada capítulo y luego lo comentábamos todos juntos en clase, haciendo bromas y aprendiendo a la vez. Nos apoyábamos todos y nos ayudábamos mutuamente, era como si nos conociésemos desde hacía mucho tiempo. Gracias a Olga conocí elementos que hasta ese momento eran invisibles para mí en el arte de escribir y ahora me puedo dar cuenta los errores que cometo. También he aprendido a saber orientarme mejor en la historia, a no desviarme del camino principal, a saber cuál es el propósito de lo que escribo… Esto y mil cosas más que no nombraré porque se te haría eterno. Olga me ayudó muchísimo y me animó aún más a seguir escribiendo.  
En cuanto a mis compañeros conectamos rapidísimo y no tardamos en llevarnos bien. Aún con el curso acabado nos seguimos viendo y nos decimos que nos seguiremos viendo durante el año. Así que gracias a Olga por todo lo que nos has ayudado y gracias a Laura, Alicia, Gabriel, Victoria, María, Lucas, Carme, Natalia, Rosa, Lola y Habiba por ser como sois. 

Esta historia que estás a punto de leer es la que he desarrollado en estas clases. Como no han sido muchos días (Y todos nos hemos quedado con ganas de más) no nos ha dado tiempo de acabarla en clase, así que hay  
partes que yo me las he inventado posteriormente al curso.

¡No me enrollo más!  ¡Empecemos!
 1 
Era el gran día y no podía llegar tarde. Después de años y años buscando un sitio donde poder expresar su música libremente, lo había encontrado y no lo dejaría escapar. Así que se desenredó de las sábanas, se vistió con lo más nuevo que tenía, cogió su primera y única guitarra, corrió hacia la entrada y con la cabeza saludó brevemente a su madre que aún estaba desayunando.  
Tenía la sensación de que volaba por encima del asfalto de lo emocionado que estaba por llegar. Él siempre había sido el genio musical de la familia, tocaba tres instrumentos y sabía expresarse en lenguaje musical sin problemas. Y el teatro escondido en las Ramblas que habían encontrado era viejo pero la acústica era impresionante, así que su banda y él ya se lo habían apropiado.  
“Es demasiado pronto”, pensó al ver la hora en su reloj de pulsera y decidió entrar en un bar cercano, de aspecto antiguo pero bonito con sus muebles de madera y su tenue luz.  
No había mucha gente y pudo tomarse su café con tranquilidad sentado en un taburete de la barra. Mientras saboreaba el café, no de muy buena calidad por cierto, se fijó en algo. Un sonido, una melodía, una voz. Él tenía un oído sensible. Pero esa, esa era la elegida. Le empezó a temblar la taza en la mano y  le lloraron los ojos. No pudo ni reaccionar, no pudo ni preguntarle al antipático barista si la conocía. No pudo ni apuntar su nombre. 
Y se fue tan rápido como llegó. Había desaprovechado la oportunidad de conocerla. Frustrado dejó caer la taza sobre el platito ruidosamente. 
- Me voy- dijo, aunque no sabía ni a quién. Y pagó lanzando las monedas sobre la barra.  
Cogió su guitarra y aún enfadado consigo mismo y medio pálido salió del bar. Al final se le había hecho tarde, pero ya no importaba. 
Ahora, su objetivo era encontrarla a ella. 


2 
Cogió una hoja de papel y la puso sobre el escritorio. Estuvo mirando el blanco, hipnotizado. Estaba dispuesto a escribir todo lo que sabía de ella pero es que no sabía nada. Dio un golpe con el puño, frustrado. El escritorio tembló e hizo que el bolígrafo cayera.  
- ¡Orfeo! ¿¡Pero qué has hecho?!- el pánico se reflejaba en la mirada de su madre. Orfeo volvió a mirar la pared con las manos llenas de plastidecors, toda pintarrajeada y no entendía el problema. Claramente representaba un elefante en la sabana junto a una jirafa y el estaba totalmente orgulloso de su obra.  
- ¿Qué sucede?- llegó su padre, aún con el delantal y los guantes puestos. 
- Tu hijo ha decidido representar el surrealismo en nuestra pared- dijo ella y él no hizo más que reír. 
- Espera que voy a buscar la cámara-. Su madre chasqueó la lengua en desaprobación pero tampoco hizo nada para impedirlo. 
¡Click! 
- ¡Tu primera foto hijo mío!-. 

Un lápiz bailaba sobre el papel garabateándolo con bonitas flores ¿Qué estaba haciendo? Los recuerdos lo transformaban. Lo dejó a un lado y se concentró. Podía escribir lo que se acordaba que ella había dicho en el bar. Sí, esa era una buena idea.  

Dicen que la gente viene, la gente va. Pero este diamante es extra especial. 

Escribió. Era tan romántica…  
No tenía ni idea ni a quien le estaba diciendo eso pero no era importante. Siguió tatuando el papel y con cada palabra que escribía sus vellos se le erizaban más. 
Cuatro líneas tenía escritas. No era todo, pero era algo. Orfeo leyó lo que había escrito. Era todo tan profundo… pero se entendía. “Por esa metáfora que usó refiriéndose a la luz es obvio que hablaba sobre la felicidad que siente al estar con esa persona” pensó, y no dudó en apuntarlo en una esquina de la hoja. Sabía que no se iba a dedicar a ello, pero ahora agradecía haber hecho el bachillerato de lenguas.  

I have run I have crawledI have scaled these city walls… 

Adela, la batería del grupo y la única mujer, estaba llamando. Bueno, no era la primera vez que le llamaba. Durante ese día había recibido unas veinte llamadas de cada uno de los integrantes de la banda. 
Orfeo puso los ojos en blanco y resopló. Sabía que estaban todos preocupados porque no había asistido al ensayo, pero no le importaba. Volvió a centrarse en la hoja… 

These city wallsonly to be with you… 

Aunque tampoco había mucho más por hacer con eso… 

But I still haven't found, what I'm looking for… 

Tendría que pasar al siguiente paso. 

But I still haven't found, what I'm looking for…. 

Pero… ¿Cuál era?  

- ¿¡Qué?!- Contestó enfurruñado. Tampoco quería sonar tan antipático… 
- ¿¡Cómo que qué?!- Adela parecía enfadada y eso no era buena señal- ¡¿Nos dejas plantado en el primer ensayo y encima te sorprendes de que te llame?!-. Orfeo miró al suelo, pensando en cómo podría salir de esa. 
- ¡CONTESTAME!- chilló desde el otro lado de la línea. Casi se le sale el corazón del pecho, ¿Cómo podía gritar tanto esa mujer? 
- Mira Adela, tengo cosas más importantes que hacer…- inmediatamente se arrepintió de su respuesta. No se lo tomaría bien… no se lo tomaría nada bien. Pasaron unos segundos donde solo se podía escuchar la respiración de la chica. 
- Estoy flipando- dijo rompiendo el silencio- ¡ORFEO COMO NO VENGAS MAÑANA TE JURO QUE TE EXPULSO DE LA BANDA!- gritó para finalizar. 

Bipbip Bipbip 

Había colgado.  

3 
- ¿Qué tal el trabajo, cariño?- su madre preguntó. Los tres ya estaban sentados en la mesa y Orfeo en su trona, sintiéndose un rey.   
- Bastante bien- contestó su marido masticando un trozo de pan- he entregado el reportaje y parece que les ha gustado-. La madre dejó ver su blanca dentadura:
- ¡Me alegra mucho oír eso!-.  
- A mi también- se rió él- No sabes lo que me costó escribirlo. Me lo merezco-. 
- Sí, ya recuerdo- contestó ella levantándose  para alcanzar una servilleta- ¿Pero qué te pasó-. 
- Me faltaba información, no podía contestar a todas las seis uves dobles y fue muy frustrante…- pero su frase fue interrumpida por un estruendo que hizo que los dos saltaran de la silla. Había un charco de puré en el suelo. 
- Veo que te ha gustado la cena hijo- dijo mamá. 

Las seis uves dobles del periodismo.   
What? 
How? 
When? 
Who? 
Where? 
Why? 
Orfeo saltó de la cama como si de un resorte se tratase. Encendió la pequeña lámpara de la mesa de noche y cogió el papel. Decidió siempre tenerlo cerca por si se le iluminaba la bombilla de repente como era el caso.  
Cogió el lápiz y escribió las preguntas. Estaba tan emocionado que la mano iba sola. En unos pocos segundos ya las estaba respondiendo.  

¿Qué? 
Me enamoré 

¿Cómo? 
Llegando temprano al ensayo de grupo 

Al releerlas se dio cuenta que visto desde afuera era un poco ridículo pero no le importaba. 

¿Cuándo? 
Ayer día 3 de julio de 2017 

¿Quién? 
Ella 

Deseaba poder escribir su nombre y no un simple artículo, pero aún no tenía el privilegio de poseer semejante información. 

¿Dónde? 
En un bar de nombre irrecordable.  

¿Por qué? 

La mano dejó de escribir abruptamente. Estaba convencido de  que las podría responder a todas pero esta se le escapaba. ¿Por  qué? ¿Por  qué se enamoró? ¿Qué tenía ella para qué se enamorase? ¿Qué le atrajo tanto? Miles de preguntas se paseaban por la cabeza del chico que ahora le estaba entrando calor de tanto estrés. Llegó a la conclusión de que lo mejor para él era intentar dormir antes de que se colapsara.  




4 
Orfeo llegó finalmente a su destino posteriormente de haber dado miles de vueltas para encontrarlo. Pero por fin allí estaba, como un niño que no quiere ir a casa de sus abuelos, empujando la grandiosa puerta de la entrada principal de ese sitio sin ni siquiera nombre. Se suponía que él no tenía que acceder por esa entrada sino por la de los artistas, pero es que la puerta para el público era tan hermosa… 
Tenía forma de arco y estaba hecha de vidrio totalmente transparente, recubierta por un borde dorado del cual surgían unos barrotes dorados. “Se nota que está en desuso este edificio” pensó directamente al pasar la mano por un barrote despintado. La puerta complementaba las escalinatas de mármol y las ventanas enrejadas doradas también.  
No tenía ni idea de cómo era ese lugar interiormente y no entendía cómo, con lo emocionado que estaba por conocerlo un día atrás, había dejado pasar tanto tiempo.  
El olor a polvo era intenso en el vestíbulo y cada vez se levantaba más al caminar por la dejada pero mullida alfombra roja que parecía que le estuviera obligando a ir hacia la sala de actos. Orfeo tosía y tosía mientras observaba los agujeros en ella, ahora entendía porque les había salido tan barato obtener un lugar como ese… 
Los arcos en el techo le daban un estilo gótico al ambiente, igual que la escasa iluminación que entraba por las ventanas y la puerta. Casi ni se había dado cuenta de la estilizada escalinata que se dirigía hacia el piso de arriba. Una temible estatua de un pequeño dragón, colocada al principio de esa escalera, vigilaba a los visitantes. 
¡Sí qué era increíble la acústica de ese sitio! Incluso se escuchaba bien desde esa recepción toda hecha de piedra gastada. En ese momento Orfeo podía disfrutar auditivamente de unos golpes de práctica de Adela, de los ejercicios de preparación de Norberto y de la afinación del bajo de Héctor. Solo faltaba su guitarra y sus ganas inexistentes de ver la cara de sus compañeros. Pero estaba obligado a hacerlo, así que después de respirar hondo empujó una puerta exactamente igual que la primera aunque un poco más pequeña y entró a la sala de actos con los ojos cerrados porque no sabía que se esperaba, solo escuchó a sus amigos dejar de tocar abruptamente por su llegada. Si en la recepción olía a polvo, el olor era aún más fuerte. Poco a poco fue abriendo los ojos y las figuras borrosas empezaron primero a tomar color, luego forma.  

Y de pronto vio todo. 

 El verde oliva y el dorado predominaban en ese gran salón en forma de anfiteatro. Las barandillas del primer piso eran exactamente igual que los barrotes de las dos puertas y los sillones de terciopelo rojo estaban totalmente cubiertos de polvo, igual que las enormes cortinas del mismo color que caían como cascadas sobre el escenario de madera oscura. El borde lo cubría otra sutil barra dorada y sobre él reposaba los nuevísimos instrumentos de su banda de rock  Lynxs, que contrastaban con el antiguo teatro. No pegaban ni con cola en ese sitio tan lujoso, un grupo de cuatro jóvenes descuidados y modernos era la última cosa que alguien se podría imaginar en ese sitio.  
 Orfeo estaba fascinado por la belleza que le rodeaba en ese teatro. Tenía ganas de acariciar las paredes también verde oliva, pero temía que saltara la pintura más de lo que estaba. Bajó las escaleras de madera vieja y chirriante que se situaban entre los asientos mirando para arriba boquiabierto. El techo también era gótico, como el de la recepción  
Casi se tropieza con un clavo que sobresalía del último escalón y eso le sacó de su estado de embobamiento.   
- Ya era hora- oyó decir a Norberto desde arriba del escenario. Los tres amigos dejaron sus instrumentos atrás y se habían puesto uno al lado del otro de brazos cruzados y sacudiendo la cabeza con el ceño fruncido.  
A Orfeo se le revolvió el estómago, eso no pintaba muy bien… 

5 
- ¿¡Se puede saber qué te pasa?!- la voz agudísima de Adela le perforaban los oídos. Los gritos de la chica resonaban en ese lugar de perfecta acústica y los golpes de sus botas contra la vieja madera lo hacían aún más insoportable. Vivirlo en persona era mucho peor que cuando le gritó por teléfono.  
- ¡¿Lo tenías todo planeado o qué?!- exclamó irascible. Orfeo no comprendía nada y estaba incómodo en esa situación. Le molestaba muchísimo que le gritaran aunque no quería obligar a Adela a bajar la voz porque tenía miedo de que ella explotara de rabia. Era como si estuviera insultando a ese teatro tan mágico con sus gritos.  
Con temor a que la batería le soltara algo más grave, Orfeo dijo sus primeras palabras temblorosas en ese lugar para ver si se aclaraba las ideas: 
- ¿Cómo que planeado?-. Y tal como él pensaba la joven se enfadó aún más con esa pregunta. Orfeo notó como a la chica los dedos se le cerraban en puños y apareció una pizca de miedo en su interior. Es verdad que Adela era de carácter agresivo y tendía a hablar sin pensar pero nunca había golpeado a nadie y no quería ser la primera víctima.    
-  ¡Tú quisiste formar este grupo! ¡Fuiste tú quien nos reunió y tú organizabas todo! Y justo cuando Lynxs consigue lo que quería, desapareces sin más…- susurró finalizando. Sus puños se deshicieron y Orfeo sintió alivio y tranquilidad en esos segundos de silencio. 
¿Qué era eso que veía? ¿Sus grandes ojos negros estaban brillando? Eso no era común en Adela, siempre ocultaba su parte sensible. Con la boca abierta de par en par, el joven miraba a su amiga disimular con la palma de la mano, las lágrimas que caían por sus mejillas.  
- ¡¿Queréis ayudarme par de inútiles?!- volvió a chillar, pero esta vez dirigiéndose a los otros dos integrantes de la banda que se habían pasado toda la discusión mirando al suelo y pensando en sus cosas. Les dio una colleja a los dos pero inmediatamente volvió a secarse el rostro.  
Ver a Adela de ese modo le causó pena a Orfeo. Se sentía un poco mal al ser el causante de  los únicos llantos que esa chica le mostraría jamás.  
“¿Debería explicárselo?” se preguntaba.  
- Adela… ¿No crees que te estás pasando un poco?- preguntó Héctor con un hilo de voz. Orfeo se llevó la mano a la cabeza. Héctor no conocía lo suficiente a Adela y no tenía ni idea de las consecuencias que podía conllevar esa pregunta- Quiero decir… solamente ha faltado al primer ensayo, no es para tanto-. Inmediatamente miró al suelo, un poco avergonzado de sus palabras.  La chica lo miró sin expresión alguna en su rostro y volvió a cerrar sus puños. 
- ¡¿Pero tú quién crees que eres?!- vociferó- ¡No hacéis nunca nada y encima me contradecís!-. Arrastró el taburete del piano de Norberto hasta tenerlo a su alcance y se sentó. Sacó del bolsillo trasero de sus shorts negros un paquete de cigarrillos y extrajo uno. Aún con las pecas de su rostro húmedas se lo puso en los labios. Eso puso a Orfeo en alerta. 
-  Adela, no deberías fumar aquí- le dijo firmemente ya sin importarle que le gritara. Creyó que se empezaba a acostumbrar. 
- Ya lo sé, pero es que me estresáis todos mucho y yo no puedo más- pudo decir entre sollozos que ya ni intentaba ocultar. Después sacó el encendedor mientras balbuceaba cosas incomprensibles. “Vaya, esto se está empezando a parecer a una telenovela” pensó Orfeo. Le empezaba a doler la cabeza de tanto escándalo y solo deseaba salir de allí por muy mal que se sintiera al haber herido los sentimientos de la chica. 

Los árboles pasaban veloces a su lado y se creía el correcaminos yendo a tal velocidad. Solamente podía distinguir a su madre que iba unos metros más por delante, pedaleando como si no hubiera un mañana.  
- ¡Papá! ¡Cuando yo sea mayor voy a ir en la silla de delante y te voy a llevar a ti!- gritó, y su padre se rió, junto con su madre que también lo había oído.  
- ¡Cuidado! ¡Vienen baches!- dijo su madre. 
- ¡Vamos a gritar entonces!- contestó su padre. Los gritos de la familia se entrecortaban con cada salto. 
- ¡Qué divertido!- dijo Orfeo feliz- ¡Es una montaña rusa!-.  

El dolor de cabeza disminuyó un poco.  
- Estamos esperando una explicación- soltó Norberto seriamente. Al ver que Adela no iba a decir nada más había decidido ser él el que tomaría las riendas de la discusión.  

Orfeo cerró los ojos. 

Inspiró y expiró. 

Tendría que intentarlo, era su única solución. 

- Me he enamorado- Medio susurró aún sin ver nada, y después abrió los ojos poco a poco esperando respuesta. Los aplausos y las risas de Héctor resonaban en su cerebro. 
- ¡Enhorabuena! ¿Y quién es la afortunada?- Otra colleja llovió del cielo de parte de Adela que se había levantado de nuevo, un poco más tranquila gracias al cigarrillo. A Orfeo no le hacía ni pizca de gracia que su amigo se le estuviera riendo.  
- ¿En serio estás dejando atrás tu futuro por una maldita chica?- exclamó ella sin subir el tono de voz demasiado (sorprendentemente).  
- No, no, no. No es una maldita chica. Es mucho más que eso- corrigió Orfeo  inmediatamente antes de que le pegaran más la bronca.  
Decidió explicar la historia desde el principio, sino no lo comprenderían.  

La emoción, las prisas, el bar, ella. 

Y su misión desde ese momento: Encontrarla. Había explicado todo de un tirón, sin pausas y la acabó con una sonrisa en los labios. Se dio cuenta de que se sentía feliz al hablar de ella y no se  percató de las caras de perplejidad que ponían sus compañeros.  
Y de repente risas. Carcajadas salían como pájaros de las bocas de sus amigos. Adela se estaba ahogando con el humo y Norberto se aguantaba la barriga con los brazos como si fuera a estallar.  
- ¿¡De verdad que te has enamorado de… eso?!- exclamaba Héctor. Lo que él suponía, no había servido para nada intentar explicar cómo se sentía y encima se reían de él.  
Ahora era Orfeo el que cerraba sus puños y respiraba ruidosamente. Fruncía el ceño y notaba la rabia subirle por la garganta. ¡¿Pero qué se creían burlándose así de algo tan importante para él?! 
- ¡Venga ya! ¡Si sois músicos! ¡Deberíais entenderme!-. Aunque dijera eso sabía que no lo entenderían. Ellos no eran para nada profundos, es más, era él el que componía la letra de todas las canciones.  
- Es ridículo, vete a un psicólogo. Te conviene más- soltó Norberto entre risotadas. El joven ya no lo aguantaba más.  
- Sois todos unos hipócritas. Como si no os hubiera pasado nunca…- dijo sin alzar demasiado la voz. Pero los demás Lynxs no parecían escucharle así que se giró y subió los chirriantes escalones de nuevo hasta la cima y ya en la puerta les soltó: 
- Me voy. Ya os daréis cuenta de que os falta el guitarrista-. Y cerró la delicada puerta de vidrio de un portazo.  


6 
Había sido el peor ensayo de su vida y eso que ni siquiera había sacado su guitarra de la funda, pero a pesar de eso Orfeo sonrió al volver estar fuera del teatro. Suspiró aliviado. Ya nadie podría interrumpir lo que realmente le importaba en ese momento. Sacó de su bolsillo el arrugado papel y volvió a contemplar las palabras como si fueran un mapa que lo llevaría por fin a ella. Bajaba las escaleras mientras pensaba con dificultad a causa del ruido de la calle. La sexta uve doble, ¿Por qué? ¿Por qué le había atraído tanto? No lo sabía y era lo que más le atormentaba. ¿De dónde salía esa necesidad tan imperiosa de encontrarla? Le había estado dando vueltas y vueltas.             
"Centrémonos" pensó al pisar el sucio asfalto "Por mucho que mires este folio no la vas a encontrar".   Como descubrió hacía unos días, ella hablaba sobre el sentimiento de felicidad que le producía estar con cierta persona y así estaba apuntado en la garabateada hoja. Hablaba de un tema precioso como toda ella, pero Orfeo creía que era otra cosa la que le producía esa atracción. Era casi como magia. Izquierda derecha, izquierda derecha. Sus pies  
avanzaban pero él no, o al menos no tenía esa sensación al no encontrar respuesta a su pregunta. Caminando de vuelta a casa por las solitarias callejuelas del Raval un olor fuerte le acarició el interior de la nariz abstrayéndole de sus confusos pensamientos. Era…¿Jazmín? Sí, lo podría reconocer en cualquier parte. Sus  ojos recorrieron las antiguas viviendas de esa estrecha calle buscando la planta pero no conseguía verla. La localizó, en el balcón más alto. Las blancas flores inundaban ese pequeño espacio y se colaban por los oxidados barrotes. Orfeo no pudo evitar una sonrisa con una pizca de tristeza. Podía visualizar las flores en el jarrón de cristal de la mesa del comedor y su pequeña cabeza apareciendo por el borde. Con las puntas de los pies se aguantaba observándolas. Orfeo olía el jazmín cada noche, era muy agradable y le daba a la casa un buen ambiente. Sus padres estaban tan enamorados que cada vez que salía de la comisaría él le compraba un pequeño ramo de jazmín a ella, su flor preferida en esos tiempos.    
-¡Jacobo! ¡¿Jacobo, dónde estás?!"-.  Tapándose los oídos Orfeo se despertó con todo ese alboroto, los gritos de su madre y el sonido de sus rápidos tacones contra el suelo.  Aunque tuviera cuatro años Orfeo sabía que no era común que su madre estuviera tan desesperada. ¿Dónde estaba el "buenos días cariño" que le sacaba del sueño cada mañana? Lo prefería ante todo ese ruido. Sus diminutos pies descalzos tocaron el frío suelo y no dudó en ir a averiguar lo que sucedía, aún frotándose los ojos. ¡Uno dos, uno dos! Pegó un salto para llegar al picaporte y como los jaguares de los documentales infantiles que veía cada tarde Orfeo corrió por el pasillo medio llevándose por delante una maceta. Esquivando todo lo que se encontraba, nada podía pararlo salvo las piernas de su madre que en ese momento sacaba la cabeza por la ventana del salón, como si estuviera esperando a que algo sucediera en la plaza más transitada de ese barrio. Con el rímel corrido y  la voz rota, consiguió murmurar: 
 - Hijo, tu padre ha desaparecido-.   

 Una simple planta le recordaba a tanto. Lo que podía parecer un agradable olor para cualquier persona se convertía en flashes de recuerdos tristes y confusos para él. Orfeo se agarraba la cabeza como si eso fuera un remedio para olvidar los malos momentos. A su madre se le rompió el corazón después de eso y nunca volvió a ser la misma. Ya no adornaba la casa con flores ni tenía la misma sonrisa luminosa que tenía cuando estaba él. Su padre no volvió.
 “Ese asunto familiar me marcó la vida” pensaba frunciendo la nariz por el sol que acariciaba su cara. El calor que le producía hizo que volviera a la realidad.
 - Familiar…- susurró Orfeo de nuevo.  
 Ya está, era eso.     
Y olvidándose de sus pensamientos anteriores siguió camino, satisfecho porque acababa de resolver la sexta uve doble.

7 
Metió la llave en la cerradura del  portal de su casa y la giró. Antes de subir las escaleras de dos en dos se fijó en el buzón. Como siempre no había correo. La televisión se oía desde la puerta y había luz al final del estrecho pasillo principal. Su madre estaba en casa.
- Hola mamá- saludó entrando en el salón y dejando la pesada guitarra en el suelo. Había estado deseando hacer eso desde que había salido, por fin les podría dar un descanso a los hombros.  
- Te has retrasado- le contestó ella seriamente, sentada en la mesa ya puesta.  
- Ya, quizás me he entretenido- dijo él recordando el balcón con jazmín. 
-  Pues quizás no deberías entretenerte más, siéntate antes de que la comida se enfríe-.  
Se sentó en su sitio de siempre, en la silla pegada a la pared. Se sirvió agua y mientras su madre escuchaba atenta las noticias como cada mediodía, Orfeo posó su mirada perdida en el plato, como si las albóndigas fueran lo más interesante que haya visto nunca. La verdad es que su madre las hacía muy bien, eran casi esferas perfectas. Dejando caer el peso de su cabeza en su mano derecha empujó la albóndiga con el tenedor. Rodó hasta llegar al otro extremo del plato. 

- ¡GOOOOOL! ¡Muy bien hijo!- Su padre lo animaba desde la portería. El pequeño Orfeo estaba tendido sobre el verde césped y tenía tierra en la cara. Se había caído pero al menos le había conseguido marcar por fin a su papá. Sonrió al notar unas manos levantarlo, su padre lo estaba lanzando por los aires. Se sentía un pájaro volando por encima de su cabeza y volviendo a caer en sus brazos. Se reía sin parar, aún orgulloso de haber metido la pelota en la portería. 

- ¿Comes?-. Su madre le sacó de sus pensamientos. Lo observaba seria, con el tenedor en la mano y un trozo de albóndiga pinchado. Seria. Nunca sonreía.  
Inmediatamente, Orfeo cogió el cuchillo y empezó a cortar su comida en pedazos, como si nada hubiera pasado. 
Como si no hubiera vuelto a su infancia… 
Otra vez. 

Acabaron de comer en silencio aún con el telediario de fondo. Al dejar el tenedor en el plato vacío, pensó que ese era el momento ideal para preguntarle lo que había estado deseando. Sacó de nuevo el papel arrugado un poco nervioso por la reacción de su madre. 
- Mamá-. Dejó de mirar el telediario para mirarle a él y tartamudeando dijo: 
- Quiero… quiero mostrarte algo- esperó para ver si ella le contestaba pero se limitó a quedarse en silencio. Suspiró.- Resulta que hace unos días pasó algo -. Su madre abrió más los ojos, dando a entender que lo estaba escuchando. 
- Verás, fui a un bar y allí la conocí -. Orfeo se estaba poniendo un poco incomodo en esa situación- Me atrajo mucho y antes de que me olvidara, apunté lo que me acordaba que había oído que decía-. Lentamente le tendió el papel y ella lo cogió, no comprendiendo aún lo que sucedía. 
- Llegué a la conclusión de que ella me resulta familiar. Como si fuera parte de la familia y me preguntaba si a ti también te puede transmitir esa sensación-. Vio como a su madre le empezaban a brillar los ojos y temblaba. La incomodidad de Orfeo se transformó en miedo de repente. 
- ¿Mamá?- le preguntó confuso- ¿Estás bien?-. 
 Pero antes de que pudiera seguir preguntando le contestó susurrando: 
- Orfeo, ya la conoces-. Se agarró la cabeza no entendiendo lo que decía. 
- ¿Qué?-.  
- Tu padre y yo. La conocimos juntos-. Su madre dejó caer la hoja y se tapó la cara con las manos. Estaba llorando.  Orfeo no sabía qué hacer en esa situación, no se le daba nada bien consolar. Le temblaba el cuerpo por la respuesta que le había dado su madre y quería saber más. 
- Después de que Jacobo desapareciera estaba presente cada noche de tu infancia- dijo entre sollozos. No, Orfeo no se acordaba de eso. Todo lo que sucedió después de la desaparición de su padre era como si no lo hubiera vivido.  
Orfeo se mordía la lengua para no llorar también.  
- Es increíble que te la hayas encontrado- sollozó, y él asintió. Aún le parecía surrealista todo lo que había pasado con su padre y no comprendía. ¿Cómo podían haber pasado tantos años sin que ninguno de los dos supiera nada? 
- Pero mamá, ¡¿Qué ha pasado con papá?!- exclamó. La pregunta que siempre estaba fija en su mente, aunque nunca se la había hecho, ya que suponía que ella también se la preguntaba.  
Su madre con los ojos rojos y la mirada perdida en la ventana de la otra punta del salón respondió: 
- ¿Quieres algo de postre?-. ¿Qué? ¿Qué respuesta era esa? Ni siquiera ERA una respuesta. 
- ¿Cómo?- preguntó Orfeo para asegurarse de que había oído bien. Ella lo miró y suspiró. 
- Supongo que eso es un no. Tú mismo, te pierdes el pastel de chocolate que he hecho-. Y antes de que Orfeo tuviera tiempo de contestar(, su madre ya estaba saliendo del salón.  
“Aquí hay gato encerrado” pensó. Y él se encargaría de liberarlo.  



8 
Orfeo daba vueltas y vueltas, con la luz apagada, sin poder conciliar el sueño. Se enrollaba en la sabana como un gusano de seda y se volvía a desenrollar. Había estado pensando en la respuesta de su madre toda la tarde y ahora toda la noche. Ella se marchó a trabajar y al llegar no le dirigió palabra pretendiendo que estaba muy cansada. Se fue a dormir rápidamente y él decidió hacer lo mismo aunque no tuviera sueño.  
Observó el techo beige todo despintado y con algunas grietas. Ese era un piso viejo. A partir de los cuatro años cada vez que miraba hacia arriba pensaba que se iba a derrumbar en cualquier momento.  
¿Por qué estaba tan seguro de que su madre no tenía ni idea de la desaparición de su padre? ¿Acaso ella se lo había dicho alguna vez? No. Tampoco le había mentido. Solamente se limitaba a no hablar del tema y Orfeo hacia lo mismo. Hasta ese día. Necesitaba saber. Siempre lo había necesitado.  
Incomodo, Orfeo se enterró debajo del cojín, intentando no darle más vueltas al tema que parecía imposible de sacar de la cabeza. 
- Piensa en cosas bonitas- se dijo cerrando los ojos fuertemente y arañando el colchón. 

- ¡Quiero ir a ver a los leones!- gritaba subido en los hombros de su madre.  
- Estamos yendo, cariño- se reía su padre- un poco de paciencia-. Una valla enorme se alzaba a un lado de su camino. Chimpancés saltaban de una cuerda a la otra. 
- ¡Los monos!- gritó Orfeo. 
- ¡Mira que graciosos!- exclamó su madre. Su padre se encorvó de repente, sacó la barbilla y con una mano se rascó la cabeza mientras que con la otra hacia lo mismo en la barriga. 
- ¡U-U AH-AH!- chilló y Orfeo explotó de risa. A su madre no le parecía tan gracioso. 
- Jacobo, aquí no por favor- le dijo, un poco avergonzada porque los demás visitantes los estaban mirando. Pero él no le hizo caso y siguió con su interpretación, subiéndose a cuatro patas a un banco y espantando a una ancianita que pretendía leer. A Orfeo le dolía el estómago de tanto reír. 
- Jacobo…-. Su madre se mordía el labio intentando no reír. Se subió al respaldo del banco pero en un intento de acrobacia para llegar al suelo se resbaló y se cayó.  
Ahora sí que estaban los tres desternillándose.  

Orfeo se durmió con una sonrisa en los labios. 

I have run I have crawledI have scaled these city walls… 

El tema de U2 sonaba por toda la habitación otra vez, por encima de los gorriones que cantaban y despertando a Orfeo. En esos momentos se sentía tan identificado con la letra de esa canción. Aún no había encontrado lo que estaba buscando. Aún no la había encontrado a ella. 

Se frotó los ojos aún con sueño y encendió el móvil que reposaba en la mesita de noche. ¿¡Las siete y media?! ¡Pero si se había puesto el despertador a las 9! ¿Por qué sonaba tan pronto?  La luz del aparato le quemaba la vista ya acostumbrada a la oscuridad. Entonces pudo leer en la pantalla un nombre: Adela. Lanzó el móvil a la silla del escritorio con un gruñido. ¿Qué se creía llamando a esas horas?  No pensaba contestar, y menos a ella. Aún estaba molesto por lo del día anterior.  
Se cubrió los oídos con el almohadón hasta que la música dejó de sonar. Volvió a ponerse cómodo para regresar al mundo de los sueños cuando volvió a escuchar: 

These city wallsOnly to be with you…. 

Esta vez fue el cojín el que utilizó como proyectil. Que sí, que era su canción favorita y por eso la tenía de tono de llamada y de tono de alarma, pero es que la acabaría odiando si escuchaba otra palabra más. 

But I still haven't foundWhat I'm looking for… 

Había tenido suficiente. Dejó caer la sábana en el suelo y se levantó. 
- ¿¡Qué quieres?!- le gritó con la voz aún ronca. 
- Relájate- le soltó. Orfeo estaba indignadísimo. “¡¿A dónde va con estos aires de superioridad?!” pensó. 
- ¿¡Pero tú de que vas?! ¡Despertándome a las siete de la mañana y encima me contestas así!-. 
- Si estuvieras en la banda ya deberías estar despierto y dirigiéndote hacia el ensayo-. Se aguantó las ganas de tirar el móvil por la ventana. 
- Sí pero resulta que ya no lo estoy porque sois una panda de incomprensivos- respondió impulsivamente. De repente oyó un click. Orfeo puso los ojos en blanco. Ya estaba fumando otra vez.

- Oye, quiero que vengas al teatro-.  
- ¿Sí? Pues a mí no es que me apetezca mucho veros- dijo lleno de sarcasmo. La oyó soplar, seguramente soltando el humo.
- ¡Que vengas he dicho!-. Orfeo tuvo que apartar el teléfono de su oreja. Ahí estaba la parte histérica de Adela que más conocía. Pasaron unos segundos de silencio que aprovechó para suspirar y pensar.  
- No sé como lo haces pero siempre acabo haciéndote caso…- respondió después de haber llegado a la solución de que iría para que no le chillara más. Quizás porque casi siempre se dirigía a las personas con imperativos… 
La oyó reír. 
-  Cómo no sea nada importante…- empezó a decir él. 
- Espero que estés aquí en diez minutos-. A Orfeo se le subió el corazón a la garganta. 
- ¿¡Diez minutos?!-. 
- Sí, ¡Corre!- podía notar su sonrisa hasta a través del móvil.  





 9 
Orfeo jadeando, empujaba la puerta de la entrada al teatro por segunda vez. No parecía que la banda estuviera practicando como el día anterior. Se paró a recobrar el aire en el hall. Solamente se oía un piano en la lejanía que lo sorprendió. ¿Dónde estaban los demás instrumentos?  
Siguiendo el sonido Orfeo subió las escaleras hacia el piso de arriba. La tranquilizadora melodía del piano inundaba todo el espacio. 
Parecía que venía de dentro de esa pequeña sala al fondo del pasillo. Como si estuviera hipnotizado se dirigió hacia allá intentando no hacer ruido. Puso la mano sobre la carcomida puerta de madera sin pomo y empujó suavemente. El espacio era tan pequeño que en él solo cabía ese gran instrumento junto con un pequeño taburete. Adela parecía estar acariciando ese piano viejo y casi roto. Sus ojos estaban cerrados. Estaba disfrutando y mucho porque no se dio cuenta de que Orfeo estaba escuchando a su lado. Al tocar la última tecla con mucha delicadeza se sobresaltó al oír los aplausos de su amigo. Y con una sonrisa y un movimiento de cabeza, se lo agradeció.  
- ¿Dónde están los demás?- preguntó Orfeo. 
- No están. Estamos solos-.  
Ahora Orfeo estaba más confuso que antes.  
- Quería disculparme- dijo ella. No estaba gritando, ¡Qué sorpresa!.- En nombre mío y en nombre de los otros dos imbéciles que no han venido-.  
- Ha pasado solamente una tarde y ya os habéis dado cuenta de que no os organizáis bien sin mí ¿Verdad?-  dijo Orfeo riendo y ella se unió. Él le indicó con la mano que le dejara espacio y se sentó. 
- Más o menos. Pero bromas aparte, no debíamos habernos reído de ti, te entiendo perfectamente. A mí también me ha sucedido otras veces lo que te ha sucedido a ti-. No, ella no tenía ni idea de lo que le estaba pasando a él, aunque no dijo nada al respecto porque no quería fastidiar el momento.  Igualmente la confusión anterior se había esfumado y ahora solamente había tranquilidad en el interior de Orfeo.  
- Yo también quiero disculparme, no hice bien al ignoraros. ¡Con el trabajo que nos ha costado encontrar este lugar!-. La verdad es que se sentía mal, ellos no tenían la culpa de nada. Adela puso su mano sobre la de él.
- No te preocupes, ahora ya está todo olvidado- contestó sonriendo con los labios. Orfeo le devolvió la sonrisa. “Que feliz que estoy de tener a esta chica como amiga” pensaba. 
- ¿Qué tal va tu búsqueda?- preguntó cambiando de tema- Me puedes explicar lo que quieras, te prometo que no me reiré-. La felicidad se desvaneció del rostro del chico. 
- No muy bien, si te soy sincero. Ella, la sentía como parte de la familia. Por eso le he preguntado a mi madre si la conocía. Sé que es una idea un poco estúpida pero ha resultado, bueno, más o menos. Mi madre me lo afirmó: ya la conocía. Mis padres la conocieron juntos. Después de que mi padre desapareciera cada noche de mi infancia estaba presente, pero mi madre no ha querido explicarme nada más sobre él-. Orfeo  estaba al borde de las lágrimas y parecía que a Adela se le estuviera contagiando esa tristeza. Ahora cogía la mano de su amigo con fuerza. 
- Mi madre sabe algo y no me lo quiere decir- con rabia apretó la mano de su amiga para deshacerse de esa sensación, pero después se tuvo que disculpar por hacerle daño. 
- No lo entiendo. Éramos todos tan felices, mi padre, mi madre y yo. Una pequeña familia que convivía en harmonía. Y de repente, desaparece. De un día para el otro ya no está…- 
- Pero Orfeo… ¿De verdad eráis tan felices?- Se atrevió a preguntar Adela con un hilo de voz.  
Orfeo se la quedó mirando pensativo, aún con un nudo en la garganta.  
- Te lo pregunto porque la gente no desaparece por arte de magia-. Adela tenía razón. Tenía que dejar de creer en lo que creía de pequeño. Su padre no se podía haber esfumado porque sí.  
Se secó las lágrimas y se sorbió la nariz.  
- Me has dado una idea. Me tengo que marchar- le dijo de repente. Adela no entendía nada. Pero casi sin pensarlo gritó: 
- ¡Espera!- antes de que el chico saltara del taburete. Impulsivamente, le cogió de la barbilla y  le dio un beso en su mejilla. Ahora sí que de verdad Orfeo estaba confuso. 
- Buena suerte- Acabó diciéndole. Y frotándose la cara, el chico salió del teatro.  




10  
Aún sudando tiró las llaves al sofá justo al entrar al piso. Notaba la sangre en sus mejillas, estaban rojas. 
Tenía suerte, su madre había marchado. 
 ¿Por dónde podría empezar a buscar? Ni él lo sabía. Se quedo mirando la desordenada estantería que cubría la pared de la pequeña sala de estar mientras se tomaba un descanso para respirar.  
En ella estaban guardados todos los documentos de la casa, algo tendría que haber allí que lo ayudase.  
Buscó en cajas y cajas, todas iguales. En una, decoración para fiestas de cumpleaños, en la siguiente, luces de navidad, en la de al lado habían trabajos de Orfeo de la primaria.  
Exhausto casi se da por vencido después de buscar en lo que le habían parecido unas veinte cajas sin hallar nada. Se disponía a guardar la veintiunava en el fondo del primer estante cuando se dio cuenta de que había algo impidiéndoselo. Otra caja estaba ocupando su lugar. Y sobre ella estaba escrito RECUERDOS con rotulador permanente. La sacó y estornudó. Tenía tanta tierra como el teatro. Dejó marcada la silueta de su mano al sacar la tapa.  
En parte tenía miedo con lo que se podía encontrar, por si saber la verdad sería peor que vivir engañado. Pero la intriga le estaba corroyendo por dentro y por eso no se lo pensó dos veces. 

Estaba a rebosar de lo que parecían… ¿Papelitos de colores? No. Cogió un trozo y se fijó que en él estaba impresa una cabeza y en otro una pierna. Eran trozos de fotografías rotas. Orfeo no entendía por qué su madre guardaba eso y encima en una caja etiquetada con ese nombre.  
Lo único que podía hacer era intentar juntarlas para formar imágenes como piezas de puzles.  
Así que ahí estaba, arrodillado en el suelo y mirando a través del cristal de una lupa que había encontrado en su escritorio. Después de unos aproximados veinte minutos enganchando con cinta adhesiva pudo apreciar el fruto de su trabajo. En una instantánea estaba capturado el recuerdo de la primera foto que se hicieron como indicaba en la parte trasera.  Su madre usaba ese gran sombrero de ala ancha que aún guardaba y ocupaba casi todo el espacio de la foto. Parecía estar desternillándose. “Qué guapa que era en su juventud” pensaba Orfeo. 
Detrás y casi indistinguible, una mano solitaria y unos ojos grises se asomaban.   
Su padre. 
Orfeo soltó un suspiro  que le ayudó a desahogarse un poco de esa nueva sensación de tristeza que le estaba empezando a inundar. Igualmente, decidió no abandonar su trabajo. 

Primer viaje juntos  
Verano de 1991 

Decía la segunda foto con perfecta caligrafía. Esta vez sus padres posaban delante de una floreada calle de Ámsterdam. Orfeo tragó con fuerza. 

Acabados de comprometer 
8 de noviembre de 1993 

Y ella sonriente, enseñaba el anillo a cámara.

Nuestra boda 
14 de marzo de 1994 

Se besaban delante del altar. Orfeo empezaba a ver las imágenes borrosas. 

Embarazada de 5 meses. 
 Fin de año 1998  

Las lágrimas de Orfeo brotaban de sus ojos y no sabía muy bien por qué. Quizás por ver a su madre tan feliz, pero era más probable que fuese por poder ver a su padre aunque fuese en instantáneas antiguas. Era verdad, ahora que Orfeo se ponía a pensar, no había visto nunca una foto de su padre hasta ese momento. En la casa había miles de sus primeros años colgadas, pero él no estaba presente en ninguna. Eso le pareció muy extraño y sospechoso y aún más al darse cuenta de que las únicas imágenes que había encontrado de él estaban rotas totalmente.  



11 
Orfeo se disponía a guardar la caja, satisfecho con lo que había encontrado ya ahí y listo para buscar en otra parte cuando se percató de que había más información.  
Debajo de lo que anteriormente eran pedazos de imágenes, había dos folios de papel.  
Perplejo, levantó las hojas con curiosidad por saber. "Este es un documento importante por lo que veo" pensó al percatarse del sello del gobierno a pie de página. Su vista subió hacia el principio del papel. 

FECHA: 20 de septiembre de 2003 

SOLICITANTE: Jacobo Buday 

DEMANDADO: Catherina Leyva 

Era lo que se podía leer. Se le erizaron los vellos de los brazos y le costaba tragar de lo seca que estaba su garganta. "Esto no pinta nada bien", con solo ver los nombres de sus padres detrás de esas dos palabras gotas frías de sudor le caían por la frente. Encima, ese documento se había creado un día antes de la desaparición de su padre. 
Aún así, siguió leyendo.  

- No- exclamó casi sin darse cuenta. El alma se le había caído a los pies y aún no asimilaba lo que había leído en la segunda línea. 

PETICIÓN: El divorcio  

Seguidamente Orfeo se cubría la cara con las manos. Su frente estaba ardiendo… ¿Tenía fiebre? Eso no era importante para él en ese momento. Las manos le sudaban y le dolía la cabeza.  
Ahora lo entendía todo, las fotos rotas y ninguna de su padre por toda la casa.  
Adela tenía razón. Al parecer no eran tan felices como él estaba convencido. Cuando eres pequeño no te das cuenta de la situación, pero ahora que Orfeo hacía memoria algún que otro recuerdo aparecía en forma de flash, como fuego artificial. 

Antes de dormir solía ver los últimos dibujos del día. Estaba cómodamente sentado en el sofá viendo el último capítulo de Rex el Dinosaurio cuando gritos empezaban a sonar en el hall de casa seguramente despertando a varios vecinos. 
Su padre había llegado y con él, los gritos de su madre que le abría la puerta. Eso le asustaba al pequeño Orfeo pero después se le pasaba al ver a su madre entrar sonriente al salón con el ramo de Jazmín en mano. 
- ¡Mira que me ha regalado papá!- exclamaba. 

No lo entendía. No entendía por qué su madre le había estado ocultando eso durante tantos años haciéndole creer que había desaparecido misteriosamente. De un momento a otro los documentos estaban arrugados en forma de pelota y en la otra punta de la habitación y él, golpeando los cojines del sofá. Intentaba deshacerse como podía de todos los sentimientos que tenía acumulados en ese momento. Cuando acabó de desplumar a uno pateó con rabia la caja de recuerdos haciendo que saliera disparada. Entonces algo empezó a flotar como una pluma en el aire que iba cayendo poco a poco hasta posarse encima de la mesa. Provenía del fondo de la misma caja a la que tanto odiaba en ese momento pero que estaba tan agradecido de haberla encontrado.  
La cogió. Era otra instantánea. 

 Y estaba entera. 

 Inspiró y expiró. Tenía que tranquilizarse.  
No se entendía muy bien lo que sucedía en esa imagen ya que estaba movida. Se podía distinguir a su padre y a su madre patinando cogidos de la mano. Seguramente era de noche y estaban en una de esas discotecas en patines. No es que le resultara bonita esa fotografía, lo que le resultaba interesante era la parte de atrás. Al leerla, se le volvió a iluminar la cara.  

La había encontrado.  

Notaba las palpitaciones de su corazón como un pájaro enjaulado con ansias de salir.  
Como bien indicaba con la perfecta caligrafía de su madre, en ese bar de patinaje la habían conocido, los dos. El nombre de ella estaba escrito también y era un nombre precioso, como él esperaba.  
La reacción de Orfeo al ver que su misión había terminado fue extraña incluso para él. Sus manos le temblaban y empezó a reír, no se lo creía. Después de tantos días tenía por fin su nombre apuntado.  
Sus carcajadas no le duraron mucho, se fueron esfumando al darse cuenta de un detalle. 

¿Por qué esa era la única fotografía entera?  Si su madre no la había destrozado era por algo. El lugar donde sus padres la conocieron tenía que ser un sitio de importancia. Seguramente allí encontraría algo. 

Antes de que cambiara de opinión la cogió y con paso veloz se dirigió a su ordenador situado en el escritorio de su cuarto. Estaba siendo tan decidido que ni él se lo creía. La espera para que la maquina encendiera se le hizo eterna, pero finalmente pudo entrar en internet. "El bar patinaje de Rooney, Barcelona" tecleó guiándose con la parte trasera de la foto.  
En milésimas de segundo miles de resultados le aparecieron, clicó en el primero sin pensarlo demasiado. 

"El bar patinaje de Rooney fue el bar inspirado en los años 60 más famoso de Europa y el único con servicio de pista de patinaje con música" leyó, aunque eso no era de importancia. "…Estaba situado en la calle Londres número 68" eso era. "¡¿Estaba?! ¿Eso significa que ya no está?" Se fijó Orfeo asombrado. Cambió rápidamente de pestaña y escribió la calle y el número. Llevaba una velocidad increíble por querer acabar de una vez con todo. Inmediatamente le apareció en pantalla justo lo que estaba buscando.  
Efectivamente, el bar ya no existía desde hacía años pero había otro establecimiento en su lugar y el nombre de este le resultó conocido a Orfeo.  Al darse cuenta se quedó con los ojos como platos.   

La inmobiliaria donde trabajaba de su madre. 

Orfeo nunca había visitado su trabajo. "Bueno, siempre hay primeras veces para todo" pensó, aún estrujando el borde de la mesa. ¿Es que su madre había abierto su local ahí a propósito? ¿O era pura casualidad? En todo caso tenía que ir. Pero no en ese momento, esperaría hasta la noche cuando nadie trabajaba. Sabía que su madre guardaba las llaves en el horrible bolso naranja que usaba los miércoles. Las cogería y marcharía 

- Pienso descubrir la verdad a pesar de las consecuencias- se dijo. Ahora solo faltaba esperar.  


12 
Orfeo cayó en un charco justo al bajar del autobús.  Se quejó mientras se levantaba todo empapado. Estaba lloviendo y con las prisas se había olvidado el paraguas. Había salido de casa justo al ver el último rayo de sol desaparecer por el horizonte, aunque antes había llamado a la inmobiliaria para ver si había señales de vida. Nadie contestó. 

El bus le dejó justo delante de su destino. Era como si la parada estuviera clavada ahí a propósito.  
 Observó los carteles de venta de pisos en el escaparate iluminado por la tenue luz de una farola, detrás de ellos solo había oscuridad. La noche ya estaba presente. Se acercó a la puerta y tocó el frío pomo de metal. Falló al introducir la llave de los nervios. Cerró los ojos una vez más como había hecho antes de ver el teatro. Y empujó la puerta
Buscó a oscuras el interruptor y pudo ver la recepción más limpia y moderna que había visto nunca. Todos los muebles y las paredes eran de un blanco reluciente y olía un poco a barniz, un olor que lo incomodaba. Sin saber muy bien dónde buscar  se adentró en el único pasillo que había, pasando frente a las puertas de despachos de empleados desconocidos. Un trueno rompió el silencio absoluto del pasillo, y a Orfeo se le subió el corazón a la garganta. Era obvio que estaba asustado. 
Se detuvo frente a la última puerta. El nombre de su madre estaba gravado. Otra llave se requería para abrir la puerta de cristal pero Orfeo no tuvo problema con eso. Se había llevado el manojo de llaves entero. La puerta no hizo ruido alguno y al entrar vio un escritorio,  dos sillas, una papelera y una estantería no muy llena. El estilo de ese sitio era bastante minimalista. Echó una ojeada a los libros pero no encontró nada interesante. Rebuscó en la papelera, un poco asqueado, pero tampoco encontró nada. Miró debajo del escritorio y nada. Decepcionado Orfeo se dejó caer en la silla giratoria. 
Quizás se había equivocado, quizás ya no había nada más por encontrar.  

Quién sabe cuánto tiempo estuvo ahí sentado, mirando el blanco techo. Quizás minutos u horas. Se llevó las manos a los bolsillos de sus vaqueros, como si ahí pudiera encontrar información. En ellos solo había la fotografía y las llaves. Jugó con estas últimas durante un buen rato escuchando el sonido de la lluvia. Las llaves de casa, las llaves de la entrada de la inmobiliaria y las llaves del despacho. Había utilizado las tres primeras llaves. Faltaba una cuarta. Orfeo la observó de cerca. ¿Dónde podría caber una llave tan pequeña y oxidada como esa? Se enderezó y observó el despacho. El único cerrojo que había era el del escritorio, no había otra opción. Contuvo la respiración y la introdujo. El cajón se abrió de repente. Orfeo suspiró aliviado y volvió a sentir los latidos de su corazón 
 El desorden de ahí dentro contrastaba con el orden de fuera. Nunca había visto tal cantidad de post-its. Entre bolígrafos y grapadoras escarbó como si de un topo se tratara. Sus manos tocaron algo debajo de una libreta. Eran varios sobres ordenados con una goma de pollo, nada fuera de lo común. Los giró y la habitación empezó a darle vueltas.
Para: Orfeo Buday 
De: Jacobo Buday 
2 de Mayo de 2007 
Esa había sido la tarde más intensa de su vida. ¿¡Primero los papeles del divorcio y luego eso?! Orfeo rompió a llorar sin poderse contener. Sí, había llorado muchas veces durante esa larga aventura llena de emociones. Había estado confundido toda la vida, su madre no era la persona que él creía y ahora estaba más que seguro de eso. Su padre estaba vivo ¡Y le había escrito! 

Querido hijo, siento no haberte escrito antes pero conozco a tu madre y sé que no te dejaría hablarme. Ahora que eres un poco más mayor pienso que ya puedes tomar tus propias decisiones. Déjame explicarte todo:  
Me disculpo por haber desaparecido sin más pero tenía que irme lo antes posible. Tu madre y yo hemos estado discutiendo durante años y años por tonterías. Solo te explico que es la mujer más celosa que he conocido y esto no ha acabado bien. He acabado viajando a otro país por amor y no sé si tu madre me dejará verte de nuevo, pero deseo que sigamos siempre en contacto. Quién sabe, quizás en un futuro nos volvamos a ver. 
Siento escribirte una carta tan corta.  
Besos. 
Tu padre. 

Las lágrimas mojaban la hoja borrando palabras. De esa carta ya habían pasado diez años, ¿Quién sabe dónde estaría su padre ahora? Y todo a causa de su madre. Como si  él tuviera la culpa de todo eso. Ahora entendía por qué nunca había correo, su madre se lo llevaba al trabajo. 
 Las demás cartas fueron enviadas distintos años y en la mayoría su padre se preguntaba por qué no le contestaba. Incluso había una enviada ese mismo año. Orfeo se desesperaba leyéndolas, Jacobo creía que a su hijo le había pasado algo y él tenía ganas de gritarle que estaba bien, que había sido su madre la que no le dejaba contestarle. Pero no podía ponerse así, no ahora que por fin había encontrado lo que estaba buscando. Por fin sabía la verdad, después de tantos años de confusión. En su bolsillo derecho encontró el papel garabateado de lo que recordaba haber escuchado en el bar donde hizo esa gran locura, enamorarse. Lo volvió a leer y sonrió entre las lágrimas. 
- Gracias-.  
Y acarició suavemente con las yemas de los dedos, la letra de la hermosa canción que le había ayudado a descubrir tantas cosas.