sábado, 26 de agosto de 2017

45 km/h

Sus dedos se entrelazaron con los suyos, formando una perfecta unión. El color empezó a subir por su cuerpo, primero por los brazos, luego por el pecho… y finalmente sonrojando sus mejillas. Sonrió. Hacía mucho que no sonreía y casi se había olvidado de como se hacía. Le encantaba esa emoción de felicidad. Muy pocas veces la había sentido. Toda su piel se iluminó al tocar la de él, era simplemente mágico. Él sentía lo mismo, lo notaba por la repentina calidez de su mano. Y entre toda esa alegría, sucedió. Sucedió lo que ella no esperaba:
- ¿Corremos?- le susurró al oído y ella se estremeció al sentir su cálido aliento. Quedó petrificada, llena de asombro al asimilar ese simple verbo. Bastante tiempo había pasado desde la última vez que se lo habían preguntado, y aún más desde que lo había preguntado ella, pero no dudó en asentir. Él sonrió y le apretó la mano. Sus piernas se empezaron a mover simultáneamente. Sin percatarse casi, estaban ya caminando deprisa, aumentando la velocidad poco a poco. Podían escuchar el viento zumbarles en el oído y acariciándoles la cara. Veían la vida de una manera diferente ahora que estaban juntos, muy colorida. Se iban arrastrando el uno al otro alternando, pero ninguno de los dos se sentía agotado. Solo tenían más y más ganas de seguir corriendo sin soltarse nunca. Saltaron vallas y cruzaron puentes. Varias veces se encontraron con bifurcaciones que intentaban romper su camino, pero siempre las vencían siguiendo los dos el mismo. A veces corrían junto a otras parejas, pero bastantes se soltaban al llegar a algún obstáculo que les oligaba a parar de correr, convertiéndose de nuevo en Almas Solitarias. Pero ni ella ni él se percataban, estaban demasiado concentrados en correr el uno junto al otro. A ellos nada los paraba y los dos estaban seguros de eso. Hubo un momento en el cual ella dejó de mirar al frente. No sabía por qué lo había hecho, por qué había girado la cabeza noventa grados a la derecha. Quizás sería porque ya no soportaba el frío que le transmitían las Almas Solitarias que pululaban sin rumbo cerca suyo. Miró al interior de los ojos apagados de una que le devolvía la mirada fijamente. Solo encontraba tristeza y soledad en esos dos abismos. De alguna manera, le estaba contagiando esa pena. "Y pensar que hace nada era una de ellas…" pensaba acordándose de la época anterior a ese gran viaje que estaba haciendo junto a su compañero. Pero no pudo seguir observándola porque él la estaba empezando a estirar. Siguieron su camino y en pocos metros ella se olvidó completamente de la imagen triste de esa Alma y volvió a sentirse feliz. No sabían cuanto tiempo llevaban corriendo. Quizás días, meses e incluso años. En realidad, nadie tenía noción del tiempo en ese lugar.
Unos kilometros más adelante, los zapatos de él se clavaron en el suelo, haciendo que ella también se detuviera. El viento dejó de zumbar y las puntas de los dedos ya no les cosquilleaban. Ella empezó a enfriarse, empezó a notar como sus mejillas se apagaban. Ya no sentía el latido de su corazón. Y volvió a verlo todo en blanco y negro.
- ¿Jenkin?- por primera vez dijo su nombre, con la voz temblorosa, pero Jenkin no le hacía caso. Aunque él también estaba en el mismo trance, no parecía importarle como a ella. No parecia importarle en absoluto. Tenía los ojos clavados en la misma Alma Solitaria que había visto ella, pero ahora se había cruzado en su camino. Era como si Jenkin estuviera hipnotizado. Uno a uno, los dedos de él se fueron desanudando lentamente a la vez que ella se ahogaba.
- ¡No!- chillaba, pero sabía que era inútil. El ya había decidio acabar esa gran maratón. Llena de dolor vio como su dedo meñíque dejaba de estar en contacto con el suyo. Intentó volver a cogerle la mano pero ya sabía que no serviría de nada. Sus dedos resbalaban como mantequilla. Ella empezó a ver borroso. Las lágrimas le inundaban los ojos al verlo alejarse cada vez más de ella, con los ojos fijos en esa otra Alma Solitaria. Sus dedos se entrelazaron con los de ella y pudo ver su trance. Como sus pieles adquirían color de nuevo y sus sonrísas tenían brillo al tocarse. Como cambiaban de ser unas Almas Solitarias a ser unas Almas Encadenadas.
- ¿Corremos?- vio susurrar al chico en su oído y ella asintió sin pensárselo. Y los observó correr hasta donde su vista llegaba.
Ella notaba como si algo se hubiera roto en el interior, como si todas las buenas emociones que había construído con Jenkin se hubieran despedazado. Recordaba sin parar los buenos momentos de cuando estaba encadenada junto a él, de todos los obstáculos que habían conseguido superar sin daños. Eso era lo peor de cambiar de Alma Encadenada a Alma Solitaria, que recordarías una y otra vez a tu compañero. Eso sí, solo hasta que encontraras a otro.
- No- dijo abruptamente haciendo girar a algunas cabezas- me niego a estar en este estado. Me niego a voler a ser una Alma Solitaria-. Se había secado las lágrimas y aunque el dolor siempre estaba presente, ella seguía adelante. Había pasado tanto tiempo así, atrapada en su angustia, que ya estaba harta.
- ¿Sabéis qué? Voy a aprender a correr yo sola- otras Almas Solitarias que estaban cerca, abrieron los ojos como platos- Si alguien quiere unirse a mi viaje, será bienvenido y seremos dos Almas Libres-. Y con toda la seguridad del mundo se puso en marcha.

Pensado y escrito en Amsterdam, Holanda.

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